JUANA GODOY SEPÚLVEDA, LA MATRIARCA DE «VILLA CAUTÍN»

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Villa Cautín es un pequeño poblado de unos doscientos habitantes. Pertenece a la Provincia de Malleco y a la comuna de Victoria.

Específicamente se ubica entre los poblados y antiguas estaciones del ferrocarril de Selva Oscura -Victoria- y Rari Ruca -Curacautín- habiendo sido también Estación de Ferrocarriles, cuya construcción data de 1912, teniendo presente que el inicio de la explotación provisoria de la sección Selva Oscura a Curacautín tuvo lugar el 13 de septiembre de 1912, oportunidad en que los pocos habitantes de Villa Cautín pudieron viajar por primera vez en tren a Curacautín.

 Cabe destacar que recién en el Censo de Población de 1930, aparece el Caserío Cautín con una población de 11 hombres y 14 mujeres.

De igual forma, cuando se construyó el ferrocarril, en los planos la estación figuraba con el nombre de “Poipoico” (líquido medicinal para hinchazones y forúnculos) y mas tarde se le dio el nombre de Vila Cautín, ya que estaba inmediata al río Cautín.  

De visita en el lugar, tuvimos oportunidad de conocer a la matriarca de la Villa, la señora Juana Godoy Sepúlveda, quien dice no saber la edad precisa que tiene, porque ella misma se inscribió en la entonces oficina del Registro Civil de Selva Oscura, cuando tenía como catorce años.

La señora Juana es muy apreciada en la Villa por su edad y su excelente personalidad, humor y por su conocimiento de diversos temas y personajes que han vivido en el sector, ya que pocas veces ha salido de allí, tanto es así que no conoce el túnel Las Raíces, consultándonos si por ahí pasaba el tren a la Argentina.

Su espíritu jovial y lucidez, a pesar de sus canas y los años que lleva a cuestas, le permiten hacer las labores de su casa y conversar amenamente con sus amistades. Cultiva un pequeño jardín en el que destaca un hermoso camelio, que con el cambio climático ya se pueden ver las flores primaverales de una estación que todavía no comienza.

De cuando es la Villa? Pregunto.

Como le converso, esto era un pantano, no era cosa como para vivir y el caballero que era dueño de San Luis, vendió estos pedacitos a la gente que ya estaba cansada de trabajar en los fundos y empezaron a comprar por pedazos. Mi abuelito fue el primero que compró acá. El compro al lado de lo que ahora es la iglesia, corría un canal por ahí que se originaba en una vertiente. Con el tiempo desaparecieron las vertientes. Se fueron las vertientes…

Se fueron, pero después de 10 años, pero como le digo esto era un pantano, después el caballero compró un fundo y construyó un puente, para poder pasar para este lado, ya que acá estaba la Estación ferroviaria.

En esos años tenía doce años yo. Después que llegaban los caballeros a vender madera arriba, en la Estación había una cantina y yo les cuidaba los bueyes, para ganarme diez pesos; era plata diez pesos en esos años.

¿Y como era la vida, acá o en Rari Ruca, en ese tiempo?

 Como le digo, acá se compraron los sitios primero y luego se comenzó a hacer mediaguas, porque tampoco se podían hacer casas, por falta de plata.

Porque no había tren, no había caminos, era un humedal esto aquí. Tampoco había salida para otro lado.

La gente trabajaba haciendo durmientes para el ferrocarril. Y me acuerdo cuando hicieron la línea, la línea de aquí para allá, porque eso era puro monte y trajeron herramientas, corvinas, palas, combos y yo tendría como seis años, le llevaba la comida a un caballero, era un grupo y él era el jefe y é los mandaba a todos y no venía a almorzar para acá y mi abuelita le daba pensión.

Un día iba yo subiendo para arriba, como a las doce y hubo una tremenda explosión y yo llevaba la vianda y el estampido me botó y me puse a llorar. Entonces cuando el jefe me vio y me dijo que estaban cortando ese cerro de ahí, del ferrocarril. Ya después emparejaron, con pura pala y un azadón y un carrito con un cajón, pero grande y lo iban a botar a un pozo lastre que había ahí, era un hoyo grande, inmenso.

Yo tengo mucho más de 96 años, porque a mi me vinieron a pasar por el civil después de grande. Antes había civil,  pero, como le dijera, no registraban a los niños, porque después me reconoció a mí, mi abuela.

Aquí se construyó la estación antes de Curacautin. Todavía quedan restos allá arriba.

Antes no había fotos, no existía la máquina como ahora. En una oportunidad llegó un caballero aquí una vez, con una cuestión con un cogote largo, con un cajón, venía a sacar fotos y le dijo mi abuelita “qué anday sacando fotos, ándate!!”. Él dijo: después le van a preguntar. No, ándate no más. Pero en otras partes se ve que tomaban fotos con esa máquina.

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Esas cuestiones que tenemos ahora, los computadores, las teles llegaron mucho después.

Yo me llamo Juanita Godoy. Sabe usted que el puente que hay aquí lo hicimos nuevo. Ahí también me hicieron una entrevista unos caballeros de Temuco.

Y lo único que yo les decía: el puente no es de concreto como ahora. Es un puente excelente. Usted lo vio pues!! Y le dije, lo único que siento patrón, es que esto se va a acabar y este puente es una vida de nosotros. Porque nosotros nos criamos aquí le decía yo, porque nosotros veníamos a dejarle la comida a los trabajadores en este puente de madera y ahora ustedes lo van a desarmar para hacer el otro, el puente nuevo. El puente nuevo tiene harto trecho para allá, tienen buenas máquinas, ¿para qué van a desarmar el puente viejo?

Y me dijo a mí el caballero que parece que era de Temuco: dígame a mí, que todas las opiniones que da usted son buenas. Pero dígame, si alguien se tienta a pasar (como lo ve bonito) y cae abajo en el auto, o a caballo. ¿Cómo sale?

Bueno, entonces por los recuerdos que tienen lo vamos a dejar así, pero para que solamente pase una persona de a pie. Nada más.

Como le decía, los primeros que llegaron aquí eran gente del campo de los alrededores, estos eran potreros del fundo San Luis.

Pero no sé que pasó que después cuando empezaron a rellenar la línea hubo una reunión, no sé, pero el caballero no se puso de acuerdo y se fue, no volvió nunca más. Quedo la señora Adelita Venegas, pero ella no hizo nada porque no sabía de los trabajos de su marido.

Un señor Vivanco era casado con una tía mía. El arrendaba carretas, bueyes para hacer trabajos del ferrocarril.

Se hizo el tren a Curacautín y el Hospital de Curacautín, porque antes no había, era sólo una posta en una casa donde tenían elementos de primeros auxilios. 

Una vez al mes se iba al pueblo en carreta. Se vendía un animal, o al término de la cosecha y mi abuelo iba a comprar las cosas a Selva Oscura. Antes había como tres negocios grandes en Selva, uno era de don Antonio Pérez, el otro era Manuel Seguel, era un negocio grande. También había una farmacia de la señorita Matilde. Ella venía en carreta aquí donde mi abuelo, era muy entusiasmada a los quesillos; mi abuela hacía quesos.

Acá nunca hubo negocios. Con los años llegó un caballero de Los Ángeles, se llamaba Pedro Sandoval, el vendía vino, chicha. Todavía quedan por ahí algunos parientes.

La gente iba a comprar, claro que en aquellos años había poca gente, aquí eran unas casitas locas no más. Después algunas quedaron solas, la gente se fue, las casas se quemaron.

El tren pasaba todos los días por ahí, al lado arriba, tenía varios horarios y paraba en la Estación.

La señora Mera Cifuentes fue la primera profesora que tuvo la Escuela. Aquí se educaron todos mis hijos.

Acá no hay nada que haya hecho el municipio. La Sede Social la hicieron don Marcos Fernández con la señora Marlene Afre. Claro que cuando quieren el voto andan todos dando vuelta por aquí.

Antes había grupos que organizaban carreras, juego del tejo, agarrar el chancho y otras entretenciones para los niños y la gente.

Aquí no hay posta, pero una vez al mes mandan de Victoria practicante, doctor, esas cosas.     

 Tuvo ocho hijos inscritos en la libreta, pero otros cinco se murieron cuando guaguas. Sólo se acuerda de algunos nombres de sus hijos y que raramente casi todos nacían en febrero. Un doctor gringo que la atendió por un tiempo, cuando vio la libreta de control, le preguntó por qué y ella le contestó que era por el cierre de cosechas en esa época.

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Los fundos grandes por acá pertenecen a la señora Marlene Afre, en el alto y a don Marcos Fernández, al otro lado del puente.

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En Selva había un turco que tenía un negocio y era muy mañoso para atender. A veces uno pedía algo, y si lo devolvía por ser muy caro, se enojaba y decía: ¡para qué pides cosas que no vas a comprar!

Cuando yo vivía aquí con mi abuela, el primer avión que vi, porque aquí se leía el “Vea”. Mi abuela me decía: cuando tu estés grande la gente va a andar volando. ¿Volando? Le decía yo, si volando contestaba ella y un día me mandó a recoger grosellas al potrero, cuando de repente siento un ruido fuerte y justo donde yo cortaba el pasto para sacar las grosellas, viene el avión y yo arranco para la casa ¡me va a llevar! ¡me va a llevar!, gritaba yo, porque nunca había visto uno. 

Antes nos alumbrábamos con chonchones a parafina. La luz llegó recién hace unos diez años atrás, más o menos, concluye la señora Juana.

Por la única calle casi desierta, sin asfaltar, algunos vecinos concurren a una reunión. No circulan vehículos. El tren dejó de pasar hace muchos años. En compensación se asfaltaron los caminos de Selva Oscura al camino internacional, de Selva Oscura a Villa Cautín y de Villa Cautín al camino de Lautaro a Curacautín, pero incomprensiblemente el asfalto de Selva Oscura a la Villa concluyó un kilometro antes de la entrada, por lo que en verano todos los habitantes deben soportar el polvo de los vehículos que a diario atraviesan el pequeño poblado.  

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Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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