Painecur, Sacrificio Humano en Rito Lafquenche, post-terremoto 1960

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“Dos mío, porqué nos castigaste, no sé cómo escribirlo, estoy solo, tengo 15 años, hace pocas horas estaba con mis papitos y mi hermanita, jugábamos en nuestra humilde pero alegre casita donde hoy no hay nada. Qué triste es todo esto, tengo mucha hambre y estoy muy mojado, mi pierna brota sangre, pues tengo un tajo, la tengo muy hinchada y no puedo andar, estoy en la punta de un cerro donde miro mi pobre pueblito y el mar.”

Es parte de la carta encontrada en la mano de un niño, hallado muerto por un rescatista, luego de algunos días de los terremotos que asolaron la zona comprendida entre Concepción y Chiloé los días 21 y 22 de mayo de 1960.

Esto fue sólo un simple paréntesis de dolor expresado por un niño en sus últimos momentos de vida, en la soledad de un cerro de las provincias asoladas por los trágicos terremotos y posterior maremoto que tanto dolor causaron en la población, por las múltiples tragedias que dejaron a su paso. Más de 2.000 muertos y 3.000 heridos, además de los daños en dos millones de viviendas que debieron ser reconstruidas más tarde. 

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ANTROPÓLOGOS DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE

Los antropólogos de la Universidad de Chile, Alberto Medina y Francisco Reyes habían realizado en 1959 un recorrido por las comunidades lafquenches del sector del lago Budi y las orillas del mar en Puerto Saavedra. Durante estos estudios deseaban conocer el máximo de antecedentes de estas comunidades que en esos tiempos eran consideradas muy atrasadas en cuanto a su vinculación con la población chilena, puesto que a decir de uno de ellos “no conocían el pan y sólo se alimentaban de algas, pescados y mariscos” y si esto era algo del diario vivir, muchos tampoco hablaban el castellano.

Estos investigadores de las costumbres lafquenches habían sido claros al dirigirse al público en una exposición realizada en el Centro de Estudios Antropológicos de la capital, en el sentido que si alguna vez tenían lugar acontecimientos naturales extraordinarios, aflorarían costumbres ceremoniales ancestrales, que todavía estaban presentes en la memoria de estos habitantes de la zona costera, incluso las creencias relativas a sacrificios humanos, de las que también hablaban investigadores y conocedores de las tradiciones de las diversas etnias de siglos pasados .

De sus expresiones se dejaba entender que los lugares donde podrían ocurrir estos hechos eran precisamente los de la zona de la costa de Cautín, “por ser la más pobre, la más atrasada y por lo tanto la que menos se ha asomado a la civilización.”

 Los terremotos y posterior maremoto del mes de mayo de 1960, que asolaron los sectores costeros entre Chillán y Concepción por el norte y Chiloé por el sur, dejaron una profunda huella de destrucción que tardaría años en volver a la normalidad. Pero también hubo pérdidas de vidas humanas, las que como es natural, no se recuperaron jamás.

Y fue en el sector costero de Puerto Saavedra, más precisamente el cerro La Mesa, donde se desarrollaría uno de los ritos Lafquenches que por su trascendencia habría de ser ampliamente comentado por la prensa y radio de la época, siendo motivo de comentario en muchos países por el hecho de tratarse del sacrificio de un niño de seis años el que fue entregado a los dioses lanzándolo a las olas marinas como un presente trágico, que de acuerdo a sus creencias permitiría calmar las turbulentas aguas del océano.

Los habitantes de la zona costera de la provincia de Cautín habían sido testigos de los terremotos y posterior maremoto -hoy Tsunami-, que con una fuerza avasalladora habían destruido viviendas de los pueblos y ciudades del sector costero, arrasando de paso con muchas vidas, lo que naturalmente aparte de provocar pánico entre sus habitantes, hizo florecer los recuerdos de antiguos ritos entre los Lafquenches del sector del lago Budi y de otras comunidades azotadas por la desgracia.

Era tal la devastación originada por el oleaje que la comunidad decidió hacer un nguillatún para calmar la ira del mar, cuyas aguas en forma intermitente, todavía provocaban fuertes marejadas.

Los hechos sobre un presunto sacrificio humano, salieron a la luz cuando la madre del menor Rosa Painecur Antoniancao, que trabajaba como empleada doméstica en Santiago,  contó a los carabineros de Puerto Saavedra que tres días después del terremoto, tuvo permiso de sus patrones para viajar a visitar a sus parientes y especialmente a su hijo José, a quien no encontró. Luego de mucho hablar con su padre sobre esta ausencia, él le comentó que el niño lo había entregado para ser sacrificado en el nguillatún, como ofrenda para los dioses.

De inmediato Rosa Painecur concurrió hasta Carabineros, donde dio a conocer los hechos, por lo que se procedió a detener a su padre Juan José Painecur -45 años-, a Marcos Cuminao y a la machi Juana Namuncura.  

Los antropólogos Reyes y Medina, que estaban en el sector, en cuanto supieron de la detención de estas personas, llegaron hasta Imperial para poder verlos.

Según relataron más tarde, pudieron conversar con los detenidos en un barracón de 8 x 3 metros, que reemplazaba a la destruida cárcel por el terremoto, donde los hombres presos, estaban amarrados a un poste para evitar una posible fuga.

Auxiliados por el carabinero mapuche Francisco Reyes, quien les sirvió de intérprete, hablaron primero con Cuminao, quien recordó que había una leyenda que decía que cuando había grandes desastres, era necesario sacrificar una niña blanca y rubia, lo que Medina interpretó que no necesariamente debía ser una niña, sino que un niño albino.

En la conversación la machi manifestó: “la sangre de los animales en la que calma a los espíritus”. Luego de un momento contó que había tenido visiones que le exigían “sacrificios humanos, como en los antiguos tiempos y eso lo sabe toda la comunidad”

Según los antropólogos, la machi no demostraba afectación ni exaltación, lo único que le preocupaba era seguir predicando la necesidad de sacrificar un niño para contentar los dioses en situaciones como la acontecida.

Luego conversaron con el abuelo del menor sacrificado, el único que hablaba castellano, quien explicó:

–              Yo quería mucho a mi nieto. Era mi nieto más querido ¿Cómo no lo iba a querer si era él quien me cuidaba el ganado?...

Luego continúo:

–              Yo había juntado un poco de dinero para mandar a mi hija a Concepción, para que trabajara y mejorara su vida… Yo no estaba cuando se llevaron al niño. ¡No sé qué es lo que ocurrió! ¡Yo lo quería mucho, lo quería mucho!

En ese momento regresó el carabinero Reyes, quien le pregunto:

–              ¿Sabe usted quien se llevó a su nieto?

–              Se lo llevó Paiñan.

–              ¿Quién?

–              Paiñan, le dicen “el tuerto”, porque le falta el ojo derecho.

–              Horas más tarde los carabineros detenían a Juan Paiñan, quien efectuó el ceremonial de la ofrenda en el ritual efectuado en el cerro La Mesa, a orillas del mar, el día 5 de junio.

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A CINCUENTA AÑOS

En el diario “El Austral” de Temuco, del 24 de mayo de 2010, los periodistas Daniel Carrillo y Rodrigo Obreque, recordaron estos hechos, agregando una entrevista a Rosa Painecur la madre del menor, quien recordó que una semana antes de los terremotos se encontraba en Santiago trabajando y tuvo un extraño sueño en que aparecían personas como sombras, un pájaro robándose un pollo y ella gritando y gritando, que se lo llevaban para siempre.

Recordaba qué por falta de medios, no le quedó más que emigrar en busca de un trabajo que le había conseguido una tía.

Entre sollozos relató. “Era bonito el cabrito, era alentado, cuidaba ovejas donde su abuelito. Lo dejé donde él cuando me fui yo.

 A pesar del tiempo transcurrido, Rosa Painecur manifestó que fue su padre quien llevó al niño hasta el cerro La Mesa, “lo llevó engañado, tanta cosa que dijo, yo no pude hablar con él, al tiro lo agarré preso no más, lo denuncié”. Entre lamentos y lagrimas recalcó que esa pena no se borraría nunca y que el perdón seguiría siendo en su alma una palabra prohibida. Más adelante agregó: “No los perdoné…todos murieron de viejos”.

 El nguilatún tuvo lugar en el cerro La Mesa el día 5 de junio de 1960 y en el participó toda la comunidad, actuando como oficiante la machi María Luisa Namuncura Aiñiel -45 años- y como “guardián” o “sargento” de la ceremonia Marcos Cuminao Currinca -42 años-.

EL SACRIFICIO DE JOSÉ LUIS PAINECUR

Las crónicas recuerdan que fue la tarde del 22  de mayo de 1960, cuando todavía no se extinguían las furias de los cataclismos que afectaron la región y que tanto miedo provocaron entre sus pobladores, que los lafquenches de Collileufu, un lugar cercano al lago Budi, en ese entonces un sector rural; sin vías de comunicación, donde sus habitantes hablaban solamente mapudungun, acordaron hacer un nguillatun de tres días, siguiendo las directrices de la machi Juana Namuncura, quien era la única que tenía el poder de comunicarse con los espíritus que podían calmar las furias de la naturaleza,

Durante el nguillatún, la machi expresó haber tenido un sueño que la impelía a efectuar un sacrificio humano, como único medio para volver a la normalidad. Dicho esto, se eligió al nieto de Juan Painecur Paineo, de seis años, “el huachito”, el hijo de la Rosa, que lo había dejado al cuidado de su abuelo para irse a trabajar a Santiago.

“Traigan al nieto de Juan Painecur”, fue la sentencia de la machi que marchitaría para siempre la vida del menor y que se encargaría de cumplir Juan Paiñan, miembro de la comunidad, quien, según algunas publicaciones, luego de sacrificarlo, habría extraído sus vísceras, las que junto con el cadáver del niño fueron lanzadas al despeñadero del cerro La Mesa, lugar del nguillatún.

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Las investigaciones y las publicaciones de prensa de la época, nunca han arrojado claridad sobre la forma en que se efectuó el sacrificio. Si bien es cierto este fue un acto ritual, no se explica el porqué, por ejemplo, ninguno de los presentes en el ngillatun entregó a un miembro de su familia para complacer los designios de la machi.

Si bien es cierto, entre las distintas etnias mapuches, no se conocen actos de canibalismo, como en otras culturas, donde a la par que se daba muerte al individuo, se le extraía el corazón y otras entrañas, las que eran consumidas in situ por los oficiantes del culto,  éste generalmente pertenecía a un enemigo, pero en este caso (como en otros conocidos), la muerte fue solamente ritual y el cadáver del niño que fue arrojado al mar desde el cerro La Mesa, nunca fue encontrado.

De igual manera, la fecha en que acontecieron los hechos se sitúa el 22 de mayo de 1960, pero la detención de los involucrados en el rito acontece los primeros días de junio, también con muchas variables.

ALGUNAS PUBLICACIONES SOBRE EL TEMA

–              Este suceso fue ampliamente divulgado por la prensa santiaguina, especialmente por las revistas “Ercilla” y “Vea”, además del diario “Austral” de Temuco, fuentes primarias del suceso, además del juicio realizado por la justicia, que declaró que el hecho de la muerte del niño había tenido lugar, pero que más tarde los autores fueron absueltos,  pues los involucrados habían actuado sin libre voluntad, impulsados “por una fuerza física irresistible, de usanza ancestral” , basándose en el artículo 391 del Código Penal.

–              El investigador norteamericano Patrick Tierney, quien investigó los hechos, tuvo nexos con la machi Juana María Namuncura, de quien recibió una copia del juicio, además de haberse contactado con el escritor y poeta mapuche Lorenzo Aillapán, acopió el material que le permitió publicar en Estados Unidos el libro “El Altar más alto”, basándose también en acontecimientos verificados en otros países (1989).

–              De igual forma docentes de la Universidad de la Frontera han efectuado algunas publicaciones, que lamentablemente no han sido divulgadas para el conocimiento del gran público. 

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Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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