La locomoción hace 150 años

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Hace 150 años, el centro de Santiago era un hervidero de carruajes, caballos, carretas y carretones que circulaban aparentemente sin muchas precauciones, pero investigando datos sobre la locomoción podemos decir que en 1872 había en la capital 2.000 carruajes particulares y 1.400 de uso público, en los que los capitalinos podían llegar hasta los barrios más apartados como La Chimba, Chuchunco, Providencia y la lejana Las Condes, cancelando la suma de diez centavos por pasajero. Estos coches eran armatostes cerrados para proteger del frio del invierno y de la lluvia que no respetaba clases sociales. Por su parte los cocheros usaban manta y sombrero alón para capear las rigurosidades del clima.

Ejercía la labor de intendente de la ciudad el historiador Benjamín Vicuña Mackenna, quien mediante un reglamento colocaba el servicio de coches a la altura de los de las capitales europeas.

Con el fin de dar una mejor disposición al tránsito fijó estaciones de carruajes en plazas y avenidas anchas, en las que podía estacionarse media docena de ellos. Se prohibió que los coches recorrieran las calles en busca de pasajeros, cuyo incumplimiento los hacía acreedores a una multa de un peso.

Los carruajes en su desplazamiento por las calles debían hacerlo al trote de sus caballos, y llevar a la vista, sobre el asiento del cochero un letrero que indicaba si estaba ocupado o libre. Si el cochero desocupado se negaba a recibir un pasajero, debía pagar la multa de un peso, En caso de multas superiores a esa cantidad, el cochero debía ser llevado detenido por la policía.

En otros casos, el policía anotaba la infracción y el propietario del coche debía concurrir los días sábado a pagar las multas de la semana a las comisarias respectivas.

Cuando un reclamante pedía a la policía el arresto de un cochero (algo común en esa época), debía ir también él a la Comisaría. Las damas no tenían obligación de concurrir, pero debían nombrar un representante al pedir el arresto.

No cualquier individuo podía ejercer el cargo de cochero. Existía un libro especial donde aquellos  estaban matriculados. También se extendían permisos provisionales a los aprendices de cocheros. Tres faltas graves bastaban para que un cochero fuera expulsado del gremio.

Mozo

Se tenía especial cuidado al dar los permisos, en pedir antecedentes del aspirante, pues se presentaban a solicitarlos algunos conductores de coches particulares que habían sido expulsados y algunos guardianes que habían sido dados de baja.

En una nota explicativa del reglamento, enviada por el Intendente al Comandante de Policía, le hacía notar que con el sistema de estacionamiento, se evitaría que los vecinos tuvieran que tener un mozo apostado en la puerta de sus casas para parar el primer coche que pasara.

De igual forma le solicitaba que tratara de evitar la hostilidad ya tradicional que existía entre guardianes y cocheros.

Finalizaba la nota del Intendente expresando que eran necesario que con consejos se lograra que los cocheros abandonaran su vestimenta consistente en una manta y un sombrero de ala caída, pues aquello “además de ser disfraz para las iniquidades que cometían, era amparo al desaseo y la pereza”. Recodaba además que en París ya se había logrado uniformarlos con cascos y casacas y que era de esperar que en Santiago algún día se hiciera lo mismo.

Algo difícil de lograr para los cocheros, pero a fines de 1872, la policía de Santiago comenzó a usar una chaqueta gris y pantalón blanco los días domingo, en tato el resto de la semana usaban chaqueta blanca y pantalón gris, dejando de usar el uniforme azul que vestían desde alrededor de 1860.  

Los coches, carrozas o victorias, como se les llamó hasta hace poco en Viña del Mar, subsistieron hasta los años 60 del siglo pasado en diferentes ciudades del país, especialmente de la zona central, siendo Viña del Mar y Pichilemu alguno de los últimos bastiones de este singular medio de transporte tirado por caballos que transportaban a sus pasajeros a épocas pasadas, cuando todavía la locomoción no había evolucionado hasta los automóviles que comenzaron a invadir el paisaje allá por los años 20 del viejo siglo.

Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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