Apuntes sobre la Historia del Mote con Huesillos

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Se nos ha ido septiembre con unas Fiestas Patrias “abundantes”, de casi siete días de jolgorio para los más avezados. Los pocos volantines que se vieron en el cielo se han guardado para otras jornadas septembrinas; claro, ya no son los volantines de antes, de papel y palillos de colihue, porque ahora vienen directamente de China, Taiwán o Corea; plásticos, desarmables, durables y con formas más de cometa que del tradicional volantín chupete que elevábamos en nuestra niñez.

Pero a pesar de que las fiestas se han terminado nos han dejado el dulce sabor de aquella que hace años se conocía como la “única bebida chilena” y que como tal diera origen a aquel viejo dicho campesino que es partte de la identidad chilena “más chileno que el mote con huesillos”; bebida refrescante y alimenticia que ha quedado reinando en espera de los días de sol primaverales.

Como la gran mayoría de nuestras tradiciones, el mote con huesillos no es un producto exclusivo originado en nuestro país; dicen que llegó de España en tiempos de la Colonia y se afincó en estas tierras del fin del mundo porque en Chile había buena producción de trigo y en la zona central los soles veraniegos son excelentes para secar los duraznos pelados que son la base que le da cuerpo y forma conjunto.

Claro que debemos decir que en Araucanía es donde se pelan los mejores motes, siendo el trigo blanco el preferido para este menester. En esto tiene mucho que ver la ceniza con que se “pela” el mote, es decir, cómo se le quita el hollejo al trigo y para esto tiene que ser una ceniza de leña de árbol nativo como el “hualle” o roble u otros similares. Hasta no hace muchos años nuestras mujeres mapuches solían terminar la faena del “pelado” con los pies descalzos en el chaiwe, colador mapuche que servía para lavar y quitar las impurezas al trigo ya cocido.

Naturalmente esto provocaba reticencias rayanas en la cursilería entre los pueblerinos no conocedores de las costumbres de estas tierras; no obstante, en sus mesas nunca se dejaba de tomar un buen pipeño o cabernet en cuyo origen los viñateros molían también la uva a pie descalzo.

Lo cierto es que así nace la unión del mote con huesillos que junto con el jugo del carozo, bien helado, es un excelente refrescante para los días de sol; aunque el buen “catador” de esta bebida sabrá de inmediato si el trigo quedó bien pelado y si tiene la blandura necesaria, si el jugo es el propio del durazno o cómo se está utilizando en algunas ferias el acompañarlo con bebidas envasadas de distinto tipo, lo que naturalmente provoca cierto rechazo al paladar exigente.

motero siglo XIX
Motero del siglo XIX. Foto de urbatorium.blogspot.com

El mote siempre fue una bebida callejera. Como se ha dicho, durante la Colonia los llamados “moteros” solían llevarla en canastas sobre la cabeza junto con los envases y cucharas, todo ello sin mucha higiene por supuesto. Durante las cosechas de trigo con máquina estacionada, o trilla a yegua era normal preparar mote todos los días para satisfacer la sed de los centenares de campesinos que intervenían en las faenas como cortadores, carreteros, ensacadores y maquinistas.

Si bien es cierto el mote con huesillos nunca dejó de hacerse en forma artesanal, en Santiago surgió un personaje allá por los años 30 del siglo pasado que se llamaba Alberto Bravo, a quien se le ocurrió trabajar el mote a una escala mayor y se instaló con un puesto en calle Rondizzoni, detrás del Club Hípico, donde comenzaron a llegar muchos degustadores de esta singular bebida, que no sólo tomaban los adultos, sino que también podían beber los niños y disfrutarla así en familia. Ante tal afluencia de bebedores y en vista de que el negocio prosperaba, nuestro amigo Bravo tuvo la genial idea de autodefinirse como “El Rey del Mote con Huesillos”, nombre que hasta hoy luce en ese lugar.

En Santiago, El Rey del Mote con Huesillos. Foto de www.harboeaccion.cl
En Santiago, El Rey del Mote con Huesillos. Foto de www.harboeaccion.cl
Un "Potrillo" del puesto de Ramón González en Temuco.
Un «Potrillo» del puesto de Ramón González en Temuco.

En Araucanía también tenemos un “Rey”; se llama Ramón González, quien expresa que lleva treinta años vendiendo mote con huesillos en la plaza de armas de Temuco, labor que realiza entre septiembre y abril. Lo hace en un carro muy higiénico en el que se puede leer “El Rey del Mote con Huesillos”. Vende a la vieja usanza, en vasos de vidrio y con cuchara metálica. Allí, sobre la cubierta lucen la modesta caña, la mediana y el famoso “Potrillo”, el que hace casi un litro, el mismo que antaño se utilizaba para la famosa “chupilca” de vino con harina, hoy un poco desterrada por el famoso “terremoto”.

Así, esta bebida colonial seguirá durante mucho tiempo en el gusto de los chilenos. Claro que con nuevas formas de obtener el producto. Más al norte ya casi no se produce ceniza de calidad, necesaria para deshollejar el trigo, por lo que se recurre a otros sistemas más industrializados, pero de igual forma se llega al mismo resultado, tanto así que ya las cadenas de supermercados tienen en sus góndolas apetitosos vasos de esta bebida que a poco de llegar de Europa se conquistó un lugar en nuestros paladares.

Si la bebida fue callejera, si ha tenido uno o varios reyes, ello no quiere decir que no se haya enquistado en los sabores preferidos de conocidos personajes de nuestro país como el Presidente Gabriel González Videla o la senadora María de la Cruz, quienes gustaban de esta bebida sin miramientos.

Foto portada: Jack Zalium CC

Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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