Malalcahuello

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Escribe: Luis Valenzuela Castillo

Agarrado con fuerza de los apoyos del asiento cerré los ojos y sentí el bamboleo del avión al aterrizar en el aeropuerto de Maquehue, en mi Temuco Natal. El Terral sureño que en la época de verano se entremezcla con el puelche cordillerano, se potencian haciendo difícil tomar pista, más aún al viejo Boeing 737-200 con más de treinta años de servicio activo en el que viajaba.

Era el final de un largo vuelo que había comenzado muy temprano en las nortinas tierras de Antofagasta, un regreso a la infancia, a las raíces, a respirar el aire dulce de la montañas del Ñielol, a sentir ese olor a leña de hualle que inunda esta ciudad con un sello propio, que enciende el motor de los recuerdos de infancia y juventud. El tiempo ha pasado raudo y ha transformado el paisaje de la ciudad, las casas viejas han ido dando lugar a nuevas construcciones en los arrabales y barrios poblacionales.

Bajo una lluvia persistente rumbo hacia Malalcahuello, ese era nuestro objetivo, en los primeros contrafuertes cordilleranos la cosa se puso más severa y el agua parecía tirada con balde sobre el parabrisas, el paso del túnel Las Raíces nos vitalizó y seguimos hasta nuestra meta “Corral de Caballos” (Malalcahuello), un bello lugar enclavado entre montañas y cerros, algunos aún sin ser arrasados por la mano del hombre, en sus cimas recortadas contra el fondo, se aprecian la araucaria o pehuén, conífera que puede llegar hasta cincuenta metros de altura y dos de diámetro en la base, de lejos se asemejan a un gran paraguas abierto. De lentísimo crecimiento los más espectaculares y de mayor tamaño pueden pasar los dos mil años de edad. Estos milenarios árboles han sido la principal fuente alimentaria de los Pehuenches, habitantes mapuches del lugar, entregándole a ellos su fruto, el piñón ó guillío.

En mi niñez, en los meses de Noviembre y Diciembre, grandes bandadas de Choroyes (Enicognathus Leptorhynchus) oscurecían el cielo a los pies del Ñielol dónde vivía, ponían rumbo a la cordillera dónde se alimentaban de los frutos del Pehuén. Esta especie endémica de Chile ha disminuido significativamente su población debido a su captura para venta como mascota hoy prohibida. Viajaban en interminables y bulliciosos grupos en busca de este preciado alimento, posteriormente en Abril retornaban a la abrigada Cordillera de la Costa de Nahuelbuta, a pasar el lluvioso invierno en un clima más templado, volvían con nuevos integrantes que habían nacido en la temporada de verano. Estos recuerdos de media centuria quedaron grabados a fuego en mi mente y, a veces escucho el bullicio de estas numerosas y alegres bandadas que pasando por la ciudad interrumpían el bailar de los trompos cucarros y levantar nuestras miradas hacia el prístino cielo.

 

Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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