Un viejo refrán dice: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”; y vaya que es oportuno en algunas ocasiones, más cuando uno de estos especiales animales ha logrado hacerse notar en las actividades del campo o la ciudad.
Cachupina era una perrita pequeña de hermoso color blanco con manchas café claro, que apareció por el barrio, allá en Santiago, a principios del año 2000.
Como no tenía dueño, los vecinos comenzaron a darle comida, hasta que un buen día apareció con un ojo colgando; uno de los vecinos la había encontrado en su antejardín y esto fue motivo suficiente para que de una patada lanzara a la pobre perra a la calle.
Así llegó a las puertas de nuestra casa, donde mi hija se compadeció de ella y rápidamente la llevamos al veterinario que tuvo que extirpar el ojo, hacer curación y colocar una protección de cartón para que el pequeño animal no se rasguñara la herida con sus patas.
Allí encontró una casita para ella y alimento, a la vez que se reponía de la herida. Rápidamente asumió su carácter de dueña de casa y con sus ladridos espantaba a cualquier personaje que no le fuera conocido. Como no tenía nombre mi hija le colocó “Cachupina”, con cuyo apelativo pasó a integrar la familia y a hacerse conocida en el barrio, donde se le dejaba salir poco por temor a que provocara algún desaguisado y nuevamente tuviera que sufrir algunas consecuencias poco agradables.
Fue así como más adelante trajo al mundo una camada de perritos, que hubo que regalar por no poder tenerlos en casa. Tiempo después, en una ocasión en que se había escapado por la reja y cruzaba la calle, se metió entre las ruedas de un camión que pasaba por ahí, debiendo ser llevada nuevamente al veterinario, donde recibió una serie de puntos para proteger la piel que había resultado muy desgarrada.
Cuando nos vinimos a vivir al sur se embarcó en el camión que nos trajo las cosas, junto con nosotros venía a descubrir un nuevo mundo: el campo, donde había una mayor libertad para correr sin tener los problemas propios de la ciudad que tanto daño le había provocado. Acá salía a recorrer con los demás perros y se integró plenamente a la vida de sus similares sureños; luego de un tiempo dejó su pequeña casa para dormir en la leñera, donde tuvo que hacérsele una cama para que no sufriera los rigores del frío local.
Por las noches ladraba ante cualquier sospecha de extraños, ya fueran gente o animales que merodeaban por las cercanías. Cuando llegaba algún vehículo donde los vecinos ella avisaba ladrando hacia ese lado donde veía movimientos que no le eran familiares.
Era la primera en estar al lado de la puerta por las mañanas y cuando me levantaba ella me acompañaba siempre, a cualquier lado, donde fuera por el campo; eso sí nunca se acostumbró a andar en la camioneta, seguramente le tenía susto por sus viejas heridas. Su compañía era permanente cuando tenía que caminar; aún cuando los demás perros se aburrieran, ella siempre continuaba a mi lado.
Cuando mi hijo tuvo que hacer un trabajo para un diplomado de fotografía, me pidió que posara para algunas fotos en la parcela y en varias de ellas Cachupi apareció en primer plano. Luego cuando me regaló un álbum impreso con el resultado del trabajo, Cachupi apareció también en la portada.
Con seguridad la noble perrita debe haber tenido unos 15 años. Durante su estadía con nosotros nunca se le castigó, porque generalmente tiritaba ante cualquier situación que le provocara problemas, seguramente todas las heridas que había sufrido le provocaron una especie de temor que se reflejaba de esa manera.
Hace como un mes se empezó a sentir mal, se encorvaba y ya dejó de acompañar a sus otros congéneres en los recorridos por la parcela. Estos últimos días comía poco y no se alejaba mucho de su alojamiento. Hoy amaneció muerta. Seguramente los años le cobraron el peaje y la Parca de los perros pasó con su guadaña en la helada noche y se la llevó para siempre.
Hasta siempre Cachupi, seguramente no encontraré otro animal tan noble y expresivo como tú.