Catedral de Linares, postal obligada
Linares, como muchos pueblos de nuestro país tiene un nombre escondido, entre secreto, y desconocido, un nombre que está ahí, en las actas de fundación, en papeles oficiales, peroque nadie usa, tal vez porque suena a antiguo o porque simplemente no viene con la denominación moderna de la ciudad. Lo cierto es que su nombre verdadero es San Ambrosio de Linares, impuesto en homenaje a uno de los últimos gobernadores del Chile colonial: don Ambrosio O”Higgins.
El «Sal si Puedes», esperando clientes
Caminar por sus calles es encontrarse con antiguas construcciones de barro y paja que enclaustradas entre alambres y maderos, han resistido el paso del tiempo, hecho elocuente que pasar del adobe al ladrillo no ha sido tan fácil, aunque la Catedral enseñoree su altiva torre frente a la plaza de armas, todavía hay muchas construcciones que demuestran que la greda fue material insigne de construcción en épocas pasadas. No en vano por allá donde penan las ánimas, entre los cementerios y el “Quita Penas” el callejón de la Greda recuerda a los linarenses que por ahí nació su arquitectura, una arquitectura básica, de agua y barro, pero de la que muchos han sacado partido adhiriéndole un estuco de cemento que a toda costa trata de esconder su humilde pasado.
Un afiche recuerda a los turistas que deben prepararse para concurrir a la trilla a yegua suelta en Colbún y poco más allá la tienda “La Florida”, expone en plena calle, al paso de los potenciales compradores una manta de huaso de tonos coloridos, que es admirada por quienes usan ese tipo de vestimentas. A pocos pasos un puesto de vereda ofrece las mejores riendas de la región, aperos muy solicitados en un lugar donde todavía e lcaballo no ha perdido su categoría de animal de silla y de animador de los mejores rodeos.
REACCIONES SOBRE ESTE ARTÍCULO>
A poco de haber publicado este artículo, un entrañable amigo me ha hecho llegar vía email algunos recuerdos de su ciudad natal, que por la calidez de sus conceptos comparto con ustedes:
Simpático su comentario sobre Linares mi ciudad natal, la que como todas ha sufrido los embates del paso de los años, tanto en lo cultural como en lo material.En calle Indepencia ya no existe «La Bota Verde», «La Bola de Oro», ni «La Herradura» y las talabarterias practicamente han desaparecido.-A la muerte de don «Cucho Cucho González», cerró su farmacia y con seguridad hoy en el cielo, junto a sus amigos, en las tardes siguen disfrutando de esos preparados que él hacía para mejorar todo tipo de dolencias, con los cuales brindaban en la trastienda de la farmacia antes de irse a comer al Club Radical.-El «Tren Chico» a Colbún, de tanto cruzar el puente de «Los Apestados» se diluyó en el tiempo y de él ya no quedan rastros. Las viejas góndolas a Panimávida, a Los Rabones y a otros lugares aledaños ya no pasan por la avenida Brasil atestadas de gente y con su radiador humeando.-La alta sociedad ya no se da cita en la estación en las tardes para ver la pasada del «Flecha del Sur» con destino a Santiago, o a depositar cartas en los buzones, asegurando prontitud de despacho.-En cuanto a la estación misma, hoy languidece y los trenes de pasajeros solo se detienen escasos minutos. Ya no existen los trenes de carga y las maniobras de patio no se justifican. El «Tren Lastrero» fue retirado por inservible y la carbonera fue desmantelada al no tener justificación.-De su andén desaparecieron las vendedoras de gallinas cocidas y de pan amasado y los puestos de las artesanas del Rari fueron retirados al no ser rentables dado lo corto que se detienen los trenes de pasajeros.-Hoy nadie se acuerda del «Directo a Puerto Montt», del «Nocturno a Concepción», ni del «Tren de los Curados» y preguntar a que hora pasa «El Rápido» movería a risa.-La tristemente célebre «Cruzada de la Muerte» bajo la línea del tren, camino al cementerio parroquial, cambió su fachada y con el retiro de las victorias frente a la estación, desapareció también el abrevadero de caballos.-Si hasta las campanas de la catedral con su romántico y sentimental tañar, que eran un orgullo de la ciudad, fueron silenciadas. Me dicen que por no haber quien se interesara en hacerlas sonar. Hoy las reemplaza una especie de carillón electrónico que no nos recuerda el paso de las horas, ni nos invita a orar como lo incentivaban las antiguas.-En fin, mis vivencias de una infancia lejana se quedaron olvidades en un ricón polvoriento camino al molino «El Almendro» y al puente del Ancoa.
Sergio Barriga Kreft