Lago Caburgua, Mayo, 2022
En el año 2008 vine a Chile desde Estados Unidos con la escritora estadounidense Carolyne Wright desde Seattle, WA., haciendo una gira literaria con ella, palpando en el caso mío el grado de cultura que existía entonces en mi país que había dejado atrás en 1975. La ciudad de Temuco es mi lugar de origen y mi barrio fue desde los cuatro añitos Pueblo Nuevo; mi viejo hogar está aún casi localizado al lado de la Maestranza de Ferrocarriles Museo Pablo Neruda. Me eduqué en el Colegio Santa Cruz al frente del Edificio de Correos y Telégrafos y después seguí estudios de Castellano en la Universidad Católica, donde continué como profesora. En ese tiempo se llamaba si mal no recuerdo Universidad de la Frontera.
Mi libro de poesía bilingüe, publicado por una editorial de Nueva York, traducido por Wright, nace en este viaje. Se titula “Trazas de mapa / trazas de sangre / Map Traces Blood Traces”. En la página 52 de este libro escribí una “Postal a Temuco”, siguiendo una costumbre mía, la carta y la postal. Crecí en el mundo de la radio Cooperativa y el intercambio de postales, cartas y amistades dentro del país o fuera del país. De esta manera, siempre fui asidua visitante del Correo de Temuco, las estampillas y la casilla 816 adonde me llegaba la correspondencia. Tuve esa casilla hasta el año 2011.
Escribí el siguiente texto ahí mismo, dentro del Correo, en el cual me sentí muy extraña por los cambios o no cambios que notaba en mi ciudad. En realidad, por el silencio de lo que iba envejeciendo y desapareciendo. Escribí esta postal y no se la mandé a nadie. He aquí un fragmento:
A quien le concierna:
Me sentí como una estrofa suelta rondando tus calles. Entonces compré una postal en el mismo kiosco de antaño, en tu edificio de Correos. Casi nada ha cambiado – la misma escalera de entrada y el mismo color fome de las paredes y el rostro absorto en las ventanillas. Miro tu mural emblemático y me pregunto ¿Es ésta la misma pintura de Celia Leyton, la amiga de mi madre?
Temuco, te hablo con un lenguaje que nos arropa a ambas sin que nadie nos escuche.
Luego en la página 122 aparece una nota explicativa de quién era Celia Leyton y por qué era importante para mí. Desde entonces hasta hoy nunca pude encontrar ningún dato biográfico de Celia Leyton en los medios que tenía a mi alcance.
No pude dejar de sentir alegría cuando el historiador de Lautaro, Héctor Alarcón me cuenta que un libro había sido editado en la Universidad Católica sobre Celia Leyton, su biografía y muestras de sus pinturas. Y aún más, me regala una copia.
Yo escuchaba sobre ella de niña cuando mi madrina de bautismo la Sra. Guillermina Tepper y mi madre, Lucy Renner Malig recordaban a su amiga pintora. Las tres se reunían en la casa de mi tía Mina, donde Celia pagaba la pensión, vivían en un segundo piso que aún recuerdo, donde la pasaban bien conversando en las frías noches de los inviernos de Temuco. Yo era testigo. Contaban también que se vestían de mapuche, porque Celia tenía joyas y vestimenta, una vez le pidió a mi madre retratarla y mi mamá, que era tímida dijo no. Yo poseía una fotografía de estos hechos, donde estaban vestidas de mapuche, pero cuando la busqué después de la muerte de mi madre en 1986, no la encontré. Pero la recuerdo.
Este libro es un tesoro, se titula “Celia Leyton Vidal. Caminos de Millaküyen”. Autores: Lorena Villegas, Renzo Vaccaro y Alex Mellado (Ediciones Universidad Católica de Temuco, 2020). Está muy bien escrito, de diseño impecable. Un gran aporte a la cultura.
Ojalá Celia Leyton tenga muchos más homenajes en Temuco como corresponde. El señor Hugo Alister me llevó a ver su mural en el Liceo de Niñas donde, como Gabriela Mistral, Celia Leyton fue maestra y enseñó dibujo. Otra amiga que fue profesora de inglés y estudió en el Liceo, la recuerda como su profesora de Dibujo. Increíble. Hasta donde yo sé fue una luchadora y fue apasionada de su profesión, algo que admiré en ella, porque en el Temuco donde me eduqué no se veían pinturas de la cultura mapuche por ningún lado, con la excepción de unas estatuas de guerreros salidos del poema épico “La Araucana” de Ercilla.
Ella era simpática, culta y muy trabajadora. Para mí fue una pionera, porque en las Artes temucanas dejó una huella histórica indeleble. No “creó un cosmos mapuche”, sino que lo estudió realmente y sus pinturas constituyen así un colectivo mapuche. A mí me educó, porque gracias a ella, supe que los incas llegaron hasta esta zona y que el pueblo mapuche usó el sistema de kipus. No debemos olvidar que hacia los años 30 sucedían en Chile varios movimientos feministas que no creo Leyton haya desconocido. Pero como Gabriela Mistral en su tiempo, no logró la apreciación que se merecía en esta ciudad en particular. Ellas y otras mujeres de sus tiempos.
Siento muchas cosas en común con ella como maestra, investigadora, amante de su tierra y sus etnias. Como ella pasé temporadas de mi infancia y adolescencia en la Isla de Maipo donde vivieron unos tíos y Quilaco que visitaba yo con mi padre en sus viajes de vendedor de piezas de hierro fundido en Mulchén y Quilaco, zona mapuche, mezcla de árabes y también españoles. Me gusta la historia de Temuco que aparece en este libro, los datos, la perspectiva. Leí ciertos capítulos que, aunque todos claves para mí éstos me atraen por su temática; después de todo Celia fue una mujer sola contra una zona y unos tiempos muy machistas y ella, de seguro, trabajó contra la corriente. Sin embargo, llegó a crear en Temuco la Academia de Bellas Artes. El mundo artístico e intelectual siempre ha estado lleno de complejidades, pero acá en particular era más desafiante.
Celia Leyton viajaba mucho por la zona, por caminos que no estaban ni ripiados. Se llamaba a sí misma “mapuche” y, curioso mi madre que nació en Púa, también se decía “mapuche” y no de otra descendencia. Fueron dos mujeres muy activas. Mi madre estudiaba Artes Aplicadas y asistía a la Escuela Técnica Femenina en esos tiempos y se casó en 1944.
Temuco comenzó a crecer de los años 30 adelante. Entonces tenía unos 36.000 mil habitantes. Mi madre recordaba haciendo fila con amigas y hermanos para ver la película Ana Karenina en el cine Paramount que pasó a ser el teatro Central, al cual fuimos después asiduos clientes, la filmografía era el paseo más popular donde la gente -en los cines- hacían vida social y también era un lugar donde se exhibía. Vinieron los Teatros Austral, Cine Central y la Sala Bulnes más tarde. Hacia 1962 Celia Leyton inauguró su Mural en el Edificio de Correos y Telégrafos de Temuco. Ese año yo salía de Humanidades en el Colegio Santa Cruz que estaba al frente del Edificio, así que fui testigo de su construcción. Este fue su segundo mural que ella dedicó a la comunidad mapuche. No fui invitada a la inauguración, por supuesto. Pero recuerdo haber ido con mi padre a estudiarlo.
La actividad artística y pictórica de Leyton fue intensa, obviamente, por la cantidad de trabajo que muestra el libro. La Biblioteca Municipal fue clave en el desarrollo intelectual de la ciudad y también el Hotel de la Frontera antiguo que mi padre visitaba mucho los fines de semana; los domingos antes del almuerzo, después de la misa infaltable, salía a jugar cacho y tomar vainas con su amigo de siempre, nuestro amigo, Don Guillermo (Mito) Klagges. Reuniones a las cuales, aunque parezca raro, cuando tuve mi “mayoría de edad” me sumaba yo. Bueno, era una vida sencilla y “sana”, muy entretenida. El año 1963 entré a estudiar Pedagogía en Castellano y ahí en el Hotel de la Frontera se hacían exhibiciones de artistas, entre ellos, estaban los cuadros de Celia Leyton para mirar, era un buen panorama.
Difíciles y complejos tiempos nos tocaron. La vida artística y escritural estaba supeditada al dominio masculino, sobre todo para una persona que trataba de crear un lenguaje de apreciación entre dos culturas, dejar un archivo de costumbres y belleza estética. No es famosa la ciudad de Temuco por el cuidado del patrimonio o el orgullo de sus artistas, mucho menos si es mujer o por la valoración y recuerdo de sus agentes culturales, sociales, industriales, agrícolas, etc. que conformaron esta región.
Estos son mis recuerdos. Celia viajó al Norte con sus pinturas, viajó a Europa y se quedó en Santiago. Falleció allá el 28 de noviembre de 1975. Ese año me fui a Estados Unidos.
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