Acaso lo primero que vio Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral), al nacer el 7 de abril de 1889 haya sido una límpida y estrellada noche de Vicuña, en el corazón del valle del Elqui, donde vivió apenas algo más de una semana antes de partir al interior con sus padres, el profesor Juan Jerónimo Godoy Villanueva, de ascendencia diaguita, y Petronila Alcayaga Rojas, para establecerse en La Unión primero y luego en Montegrande, el poblado en el que creció hasta los nueve años y al que regresaría una vez que su vida finalizara, habiendo escalado verso a verso, hasta la cima literaria coronada con el Nobel de 1945.

Cuando Lucila llega al mundo, Clement Ader y los hermanos Lilienthal están intentando despegar con sus artefactos voladores. Cuando se inicia como profesora y publica sus primeros escritos en la prensa serenense, hace poco que los hermanos Wright lo han conseguido y un poeta francés ha ganado el nobel de literatura de 1904. Frederic Mistral se llama. El Centenario de la República, el primer vuelo de Cesar Copetta en la chacra Valparaíso y su mayoría de edad, la sorprenden ejerciendo la docencia en Traiguén, donde descubrirá su vocación poética. Quizás si o quizás[1] no leyó la que posiblemente sea la primera novela en la que se cantan los progresos de la aviación, publicada por Gabriele d’Annunzio[2] ese año de 1910. Como quiera que haya sido, obtiene su primer triunfo literario en los Juegos Florales el 22 de diciembre de 1914, el año que la Aviación Militar cosecha sus primeros mártires y se incendia el mundo en Europa.
Por entonces su ideario, que no es materia de este artículo, y su amor a la poesía le han llevado a identificarse con sus autores favoritos, Gabriele d’Annunzio y Frederic Mistral. En adelante del primero tomará su nombre y del segundo, su apellido y en la tierra humilde y soleada de sus sonetos, quizás pensando en su Montegrande lejano, dejará a Lucila, naciendo en cambio Gabriela Mistral para iniciar una vida errabunda, en la que nunca abandonará la prosa, siendo allí donde encontraremos sus destellos aeronáuticos.
El primero de ellos lo descubrimos en “Balance de la hazaña americana. Una reivindicación yanqui[3]”, escrita en Paris en julio de 1927, para saludar, jubilosa, el triunfo de Charles Lindbergh. Gabriela viene del Nuevo Mundo desdeñado por los intelectuales del Viejo y se siente parte de ese triunfo. “Está bien que la América siquiera esta vez trazara un gesto viril sobre el cielo escéptico de Europa, en un avión pequeño, sin otra cosa extraordinaria ni motor, ni hélice, que su mocetón de treinta años”.
Presiente que ha sido una privilegiada testigo de una hazaña inolvidable señalando que “ya sabemos que Paris tiene el olvido rápido… Se sabe también que las glorias de la aeronáutica son las más rápidamente ajadas, porque la hazaña próxima no sólo cubre la anterior, sino que la anula. Parece que el aire que la consciente, la burlase con una pirueta. Del Bleriot que pasó el Canal de la Mancha provocando un delirio de admiración, nadie se acuerda. Para terminar con un reproche: Después que nuestra cordillera fue atravesada en un vuelo casi de coquetería por una francesa de veinte años, ninguno nombra a los campeones anteriores” aludiendo al notable vuelo transcordillerano protagonizado por Adrienne Bolland en 1921[4].
Charles Lindbergh
Reconoce sin embargo la hidalguía del pueblo francés al tributarle la calurosa bienvenida con que recibió al triunfante aviador pese al drama que vive con la desaparición de dos de los suyos. “Con todo, París supo recibir al vencedor dignamente, Lindberg (sic) no tiene vida suficiente para olvidar esa noche del aterrizaje en Bourget agujereada de bocinas de auto y de reflectores en que la ciudad estaba jaspeada de luces y de gritos como una pantera para hacérsele visible desde lejos. Y este entusiasmo tiene un precio de subido sacrificio; Paris hacía la apoteosis del extraño encima de la desilusión del rosa de Nugesser y Coli[5], tendidos quien sabe en que Islandias o Labradores a esa misma hora; tratándose de estas multitudes tan celosas de lo suyo, gritar el vitor caluroso a la cara del vencedor, era una prueba y una prueba dura que ellas cumplieron cabalmente”. De hecho, la primera visita que hará Lindbergh será a la madre de Nugesser, gesto que no pasará inadvertido a Gabriela. Este detalle, dirá, “quedará entre las cosas más finas que los hombres heroicos que se espigarán para las antologías de los Plutarcos del mil novecientos y tantos.”
Sin lugar a dudas que nuestra GabrielaMistral es una mujer comprometida con el tiempo que le toca vivir, más allá de su poesía, como maestra innovadora y como cronista para los diarios del mundo. Se confiesa una periodista admiradora de fray Camilo Henríquez, su amado patrono, a la que los héroes contemporáneos le atraen su atención y admira por sus hazañas.
Roald Amundsen es uno de ellos. Viene de descubrir el paso del Noroeste, del Atlántico canadiense al Pacífico de Alaska y de alcanzar el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911. En 1923 acompañado por el piloto como él, noruego, Oscar Omdel intenta el vuelo desde Wainwright en Alaska a Spitsbergen, pero el Junkers que tripulan se accidenta en un vuelo de prueba. Es el primero que usa el avión para la exploración polar. Dos años más tarde en 1925 Amundsen consigue llegar hasta los 88°N volando desde Spitsbergen a bordo de los bote voladores Dornier Do J, N-24 y N-25[6], mientras su buque, el Maud, es atrapado por los hielos.
Nada de esto ha escapado a Gabriela Mistral. Con ocasión del homenaje póstumo al explorador polar en diciembre de 1928 escribe desde Avignon[7] “ya eran los tiempos del aeroplano, pensó que el pájaro resollante estaba hecho más que para cualquier otra empresa para ésta. Instrumento atrevido para tarea fantástica.” Prosigue a continuación “El Maud llegaría hasta donde pudiese, quedándose cerca para una prestación de auxilios; el aeroplano cumpliría el resto. El primer intento le falló: el segundo llenó sus fines. El Aero Club noruego y un americano rico y un poco fantástico, M. Lincoln Ellsworth le ayudaron financiándole la expedición aérea que pedía gruesos dineros. En los dos aeroplanos de la expedición polar, Amundsen llegó a los 88 grados de latitud norte. El Maud quedó atajado por hielos fabulosos durante cuarenta meses en los 56 grados”.
Infatigable, el noruego volverá a la carga en 1926, en esta oportunidad con el dirigible de manufactura italiana Norge, piloteado por Umberto Nobile y acompañado por el magnate aviador Lincoln Ellsworth, financista de la expedición en conjunto con el Aero Club de Noruega. El vuelo conocido como “The Amundsen-Ellsworth-Nobile Transpolar Flight” será un éxito completo uniendo Spitsbergen con Alaska pasando justo sobre el Polo el 12 de mayo.
Pero así como él se impuso en las antípodas sobre el malogrado británico Robert Falcon Scott, Richard E. Byrd le arrebatará la primacía el 9 de mayo en el trimotor Fokker F-VII “Josephine Ford”.
Pese a ello, mareado por el éxito y exultante de nacionalismo, el general Nobile comenzó a acariciar la idea de darle un triunfo resonante a su país, con la repetición del vuelo en un ciclópeo dirigible de 109 metros de largo al que llamó “Italia”, pero que habría de seguir la fatídica suerte del Titanic, naufragando en los hielos el 25 de mayo de 1928.
Entrado el mes de junio, el gobierno de Francia puso a disposición de la búsqueda un bote volador Latham 47 piloteado por el noruego Leif Dietrichson y el francés René Guilbaud, quienes de camino al Artico, recogieron a Roald Admunsen en Bergen y despegaron sin que se volviera a saber de ellos, el mismo día que Riisen-Larsen, sobrevolaba a los náufragos para traerlos de vuelta a la vida.
La poetisa no tiene dobleces. Es elocuente en el halago y particularmente dura en la crítica. Gabriela Mistral que es la voz del mundo hispano, la opinión de América[8], descarga su enojo vehemente. “Después viene el gran disparate. La Expedición Novile, preparada con aturdimiento, se pierde en el reino de Amundsen, y Noruega cree que Roald tiene la obligación natural de salvarla. El no supo resistir la necia exigencia colectiva que lo empujaba y volvió a hacer su camino, con el francés Guilbaud, en el Latham, ahora sin plan, tanteando en esa ceguera de nieve, olfateando los hielos”.
Continúa severa diciendo “el hombre de las diez rutas polares sabiamente conocidas incurrió en el error de atribuir a la empresa italiana una de estas rutas prudentes que los otros, por desconocimiento del mar virgíneo, no adoptaron”.
Finalmente afloran sus sentimientos por el héroe: “Yo hubiese querido hallarme entre esa muchedumbre religiosa de Oslo cuando, al mediodía del 14 de diciembre, se ha callado dos minutos, apelotonada en las playas y los malecones, para recordar a su sacrificado… discursos y memorias no valen ese momento de piedad nacional, de cita unánime, en que millones de hombres se han quedado un momento limpios de sus afanes, parados en su contrición, y con un solo rostro consentido en la mente: el viril y bello rostro de Roald Amundsen, el rey de los polos”.
Podríamos decir que ambos hombres se asemejan en que pertenecen a una casta de exploradores de las fronteras geográficas. El primero cruza los mares por el aire y el segundo alcanza los polos. “Ya vendrán después de este centauro de los vientos los demás mocetones que él llamaba a gritos a nacer, pescadores de ballenas o inventores de una máquina que ponga su pulsación sobre Marte o la Luna,” profetiza.
Años después está sentada frente a Lindbergh y a su esposa. Debió ser, como veremos, durante el primer semestre de 1931 ya que el 27 de julio la pareja inició un viaje al Lejano Oriente vía Mar de Bering en su nuevo y reluciente Lockheed Sirius de 600 caballos de potencia, en tanto que nuestra prosista se encontraba de gira por el Caribe y América Central. Si bien no detalla cuando sucedió el encuentro, deja claro que fue en una cena en casa de unos amigos seguramente en Nueva York. Sabemos de ello por el artículo “Charles August Lindbergh” publicado en el semanario boricua Puerto Rico Ilustrado del 6 de junio de 1931.
Lo observa con detención y admiración “mientras comemos en la noble mesa de los señores Migel”. Su mirada se centra en las manos del aviador “a cada bocanada de pan, se las miro mejor cuando corta una buena manzana, y se las sigo mirando en la conversación de poco gesto, viéndoselas descansar sobre la rodilla”.
“Son las manos de mecánico: grandes y no pesadas; tan firmes como para que les entreguen, si el caso llega, el motor de Plutón, que mueve el aparto interior de nuestra tierra; sin tiques ni fiebre, como yo quisiera que se volviese para ciertas cosas la mano latina nuestra. Las coyunturas se ven bien anudadas; la piel es de un Hércules que no ha necesitado andar en establos de Augías, pero que tampoco se las cuida. Y me dan ganas de volteárselas por el lado de la palma, que es el lado del timón del oficio. Han debido hacerle ya un vaciado de ellas para la sala futura -que aquí se les ha de ocurrir- de un museo de manos de maestros de oficio… Héroe con menos preparación escénica y con menos pujos trascendentales no lo ha habido. La máquina hace a su hombre; ella es la expresión directa; la muy noble no tiene retórica”.
Sin duda que siente una gran admiración por el hombre que tiene frente a sí y que es, en sus palabras, el más natural de todos los héroes modernos, “que ensambla con el pueblo norteamericano por los cuatro costados; serían: la bella agilidad física (yo no sé si hay una raza más hermosa que la norteamericana); una sencillez de facciones infantiles; la pasión de la capacidad ciento por ciento en el oficio, y ese surtido clima patriótico que a pesar de la revoltura de las sangres, conservan los Estados Unidos”.
Se comprende la popularidad de Lindbergh dentro de su pueblo cuando se está en su compañía, cuando se puede ver el alma suya, que es clara y distinta como las piezas de su avión… Gozo me da voltear la medalla conmemorativa del vuelo de 1927 que se siente aligerada por este perfil casi adolescente del aviador.
Sigue recordando detalles de aquella gesta en la que “tan cómicamente liviano de alforjas que no lleva sino el jersey grueso y los consabidos cuatro sandwichs, él se lanza hacia Europa en el «Espíritu de San Luis”. Bonito nombre el del avión, aunque se refiera solo a un estado político, casi se llama Espíritu Santo, es decir casi acierta con el patrono verdadero de la aviación y casi lo define. Y como va derecho, en un golpe de ala hacia la tierra latina, le viene bien la advocación del Santo francés y del más fino santo francés…”
La tertulia se prolonga a una ciencia que ama de sus tiempos que enseñaba geografía a sus alumnos en alguna escuela chilena, cuando lo escucha decir “alguna frase que en su sencillez de texto escolar es poesía pura, y que yo recojo con prontitud: yo quise volar para ver toda la tierra que no puede disfrutarse entera sino desde allá arriba y no acabaré hasta que no la haya volado de parte a parte».
Por cierto, Lindbergh está por iniciar una nueva aventura aérea que lo llevará a la China junto a su esposa, Anne Morrow, a quien Gabriela describe como “tan menuda como una francesa” de unos cuarenta kilos calcula, culta y sensible “que mira tierno y habla tierno”, con la que entabla una conversación de versos de mujeres en el cuarto de Parmenia[9] “que mejor que el salón deja decir intimidades”.
La poetisa tiene la proverbial y sencilla capacidad para hallar poemas en las personas que la rodean, ya sea el encuentro fugaz o duradero.
Poco después habría de partir a dictar el 27 de mayo una conferencia en la Universidad de Puerto Rico donde es calurosamente recibida, como lo sería en las siguientes paradas en Santo Domingo, Cuba, Panamá, El Salvador, Costa Rica y Guatemala, viaje en el que pasa “de un país al siguiente como de un barrio al otro barrio y llegando como a mi casa (estando tan lejos la casa mía)… este poder llegar a veintiún países con el mismo “buenos días”. Su paso breve quedará sin embargo perpetuado en escuelas e institutos formadores con su nombre. Ha quedado en el corazón de antillanos y centroamericanos.
En lo que nos atañe, terminada sus jornadas en San Juan, debe partir a Santo Domingo distante a algo más de cuatrocientos kilómetros sobre el Mar Caribe que los cruzará en su primera experiencia aérea. Por un par de horas será una Lindbergh y su máquina. Pero antes deberá remontarse sobre sus propios temores que le han postergado hasta ese momento el viaje aéreo.
Comienza describiendo un trimotor, probablemente un Ford 5-AT-C similar al que pilotara su héroe al inaugurar la ruta aerocomercial entre Ciudad de México y los Estados Unidos en 1929. «Digan lo que digan de la obligada fealdad de la máquina, a estas luces rosadas de las seis de la mañana en San Juan, yo miro -hermoso y bien hermoso- el aeroplano de mi primer vuelo. Aquí está, en la competente desnudez del aeródromo, al centro del campo, sin cosas que distraiga de verlo y de gozarlo, desnudo de la desnudez metálica, que es la mejor, iluminado y luminoso, con las alas en alto y los pies de rueda posados, como no lo hace el pájaro, y, antes de usarlo, yo lo miro y lo toco al mirarlo porque me gusta querer lo que me va a servir. Los tres motores ya ronronean y el ruido cubre el ámbito; su resollar me coge a mí antes de cogerme la pisadera. Tan bonita es su esbeltez que se le olvidan contextura de fierro y peso; tan apropiadamente blanco que se toma toda la luz difusa de la montaña a medio subir».
Al embarcarse se ríe de sí misma, de su ruralidad original del valle del Elqui, del rodaje que hace el avión para alcanzar la pista como un “híbrido hecho para suelos y aire”. Una vez a bordo cabila acerca de “esa embriaguez la probara la del piloto, que no es la nuestra”. Interesante reflexión que un francés contemporáneo a su vuelo lo explica a miles de kilómetros, en los cielos patagónicos: «el piloto se estira un poco, apoya la nuca en el cuero del asiento y empieza esa profunda meditación del vuelo, en la cual uno saborea una esperanza inexplicable[10]«. Hecha la digresión continua la Mistral “Arrellenados en una silla de marroquí sin riesgo ni incomodidad, sin aire circundante, más burgueses que el grueso viajero de pullman, más que el de camarote de barco, cuanto tiene de heroico y de libre un vuelo, nos lo mata la posición y la redonda seguridad… me empeño en sentir el vuelo, en probarlo sobre mí y en darme cuenta…
Al igual que lo hizo antes con la Luna y Marte, nuevamente se anticipa al futuro afirmando que “la máquina de volar es ya casi perfecta y si no fuera por el resollar que han de vencer en ensayo próximo, se la olvidaría enteramente”. Lo cierto es que no falta mucho para que la Boeing, la Douglas y la Lockheed revolucionen el transporte aéreo con aviones insonorizados y confortables.
No obstante su queja, Gabriela no pierde su buen humor comentando la impresión que le causa su primera experiencia alada. “Maestra de geografía unos años, caminadora siempre del suelo verde, metida treinta años en bolsillos de cordillera. ¡como este vuelo me desprestigia el ídolo con solo achicármelo! ¿era no más que eso la tierra, la muy definitiva y la muy ancha? Era no mas que eso: un garabateo de ríos que se vuelven hilachas y de sembradíos en rombos primarios. .. Yo no aprenderé a volar aunque me vendan en pocos años más aquel aeroplano mínimo y unipersonal de que hablan ya los alemanes. Yo quiero esa que está allá abajo, descolorida, desabrida y aplanada y no tengo ni disposición ni tiempo para desaprender este amor que me afirma y me satisface.
Definitivamente ella pertenece a la tierra y a su valle escondido de los aviones.
Diez años más tarde encontramos a la poetisa instalada en Petrópolis donde se desempeña como cónsul de Chile en la capital carioca.
Un decenio creador y de aventuras por el mundo. Una apretada síntesis nos muestra que su nombramiento consular se inicia en Nápoles, pero es impedida de ejercerlo por su oposición a Mussolini. Se marcha a Barcelona, recorre España, viaja a Puerto Rico, luego viene Lisboa. Desde allí viaja repetidamente a Francia. Un grupo de intelectuales europeos liderados por Miguel de Unamuno, solicita al gobernante Arturo Alessandri que le brinde una ayuda económica. La gestión tiene éxito y es nombrada de Cónsul de elección con carácter vitalicio en 1935. En 1938 recorre Uruguay y Argentina y, desde allí, vuelve a pisar suelo chileno trece años después de su última partida. Llega en tren.
Prefiere el trepidar seguro de una locomotora al resuello de los motores escalando el Aconcagua. El mar la espera para llevarla a Lima, Guayaquil y seguir hasta La Habana. Vuelve a la Vieja Europa de donde solicita regresar a Brasil para escapar de la guerra. Y lo hace acompañada de su sobrino Juan Miguel Godoy, Yin Yin como le dice.
Así llega a la estrada Independencia 2.025, su casa en Petrópolis, donde se hace fuerte para resistir las tragedias. Su amigo de juventud y Presidente de Chile Pedro Aguirre Cerda parte sin avisarle en fines de 1941. Comenzando 1942 lo hacen sus entrañables amigos y vecinos Stefan Zweig y su mujer. Y allí encontrará agonizante a su querido Yin Yin, el 14 de agosto de 1943.
Pero también escribe y en lo que nos concierne, Gabriela será testigo privilegiado de uno de los hechos más trascendentes para la aviación deportiva brasilera.
Una figura como ella no podía escapar a la atención de Assis Chateaubriand ni éste al de nuestra poetisa, que le dedica una de sus crónicas[11]. Ambos son dueños de una prosa inigualable. El periodista brasileño es un cronista infatigable, poseedor de una pluma privilegiada con la que se pasea por todos los temas de la actualidad de su país.
Es además dueño de una cadena de diarios por todo Brasil en la que desde 1935 ha venido insistiendo en la creación del Ministerio de Aeronáutica, lo que concretará el ministro del presidente Getulio Vargas, Joaquim Salgado Filho el 20 de enero de 1941, fecha que es también de inicio de la campaña “Alas para la Juventud Brasilera” o “Demos alas al Brasil”, concebida e impulsada por Chateaubriand, consistente en promover la creación de clubes aéreos en cada municipio, con la meta de formar tres mil pilotos para la reserva de la Fuerza Aérea, algo muy similar a nuestra criolla campaña Alas para Chile impulsada por el presidente Aguirre Cerda el 20 de agosto de ese mismo año.
La guerra a la vez que servía de argumento, presentaba la seria dificultad para adquirir aviones en el extranjero, para lo cual se fundó la Compañía Nacional de Navegación Aérea, la primera fábrica de aviones del Brasil.
Es precisamente al bautizo de uno de estos aviones primigenios de la industria brasilera, un HL1, derivado del Piper J-3 Cub destinado al Aeroclub de Ceará, que es invitada Gabriela Mistral a entregar un notable discurso aquel 11 de noviembre de 1942, que agradeció el gobernador del estado Francisco de Meneses Pimentel como ella, profesor y periodista.
En esta batalla de letras, nuestra campeona dirá que “La Compañía Nacional de Navegación Brasilera adquirió este avión color aurora, ni grande ni pequeño, suficiente como el cuerpo en la adolescencia. La Compañía responde así a la campaña aeronáutica que lanzó el patriotismo mágico por creador, de Assis Chateubriand. El Excmo. Sr. Salgado Filho, primer vigía del aire brasilero, ha querido ceder al luso mayor esta cifra 48 B de sus escuadrillas voladoras. Y nosotros estamos aquí para ver bautizar el último hijo de Santos Dumont. El bautismo tiene siempre sentido: es entregar algo a su elemento esencial… ¡Que lindo es bautizar niño, tierra o máquina! /// Pueda Magallanes recibir con gozo estas alas parientes de sus velas, este leño ardiente y este acero enjuto de su avión, ya que sus carabelas no tenían mucho más grosura de materia, pues todo era en ellas espíritu, lo mismo que en el avión del Brasil.”
En seguida un nuevo silencio aeronáutico en el que es la primera hispanoamericana que alcanza el Nobel literario el 10 de diciembre de 1945. Viaja de Río de Janeiro a Gotenburgo, en la patria de Roald Amundsen que la cruza en tren a Estocolmo[12] para recibir el preciado galardón. Viaja un par de meses por Europa y vuelve a Los Angeles en California.
Sus biógrafos no nos han contado cuando fue su segunda experiencia aérea. Tampoco lo dice Gabriela. ¿Habrá sido durante su recorrido europeo o lo hizo afirmada en la superficie?. Aún no lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que una foto la muestra bajando de un avión en el aeropuerto La Guardia a su llegada a Nueva York en 1946, al término de su gira europea.
Como quiera que haya sido, su prolongado silencio aeronáutico se interrumpió en octubre de 1952 con ocasión de apoyar la aviadora Margot Duhalde Sotomayor, quien junto a la piloto antofagastina Lucía Salas Reyes, iniciaban una campaña nacional para adquirir un avión con el que darían la vuelta al mundo en nombre de Chile.

“Pero Margot Duhalde precisa para empresa tan ardua contar con un aparato de calidad óptima. La heroína del aire, la muy señora de la atmósfera, no reclama ni pide por si misma… Lleguemos a su casa silenciosa en el regalo de un par de alas potentes que la lleven sin riesgo por el aire de los continentes…Será una fiesta conducirla a nuestro aeródromo para poner en sus manos la criatura técnica y mágica a la vez que la eleve por el aire más leve y la luz más intensa a consumar su sueño de diez años que es la posesión exhaustiva del espacio y la atmósfera del planeta”.
Su crónica en la revista VEA, concluye diciendo “A grande oferta, gran respuesta y a dura empresa digna ayuda.
Este es, entre los días del año, el día de la muy digna y valerosa criatura amada de toda la chilenidad que llamamos Margot y pudiésemos llamar, con y sin Mitología el Icaro mujer de nuestros cielos.
¡Por Margot Duhalde, alegría de nuestros cielos y de nuestra tierra!”
Con Margot guardó su pluma aeronáutica. Fue su última
Cuando regresara a su patria lo haría en la motonave Santa María[13] de la Grace Line el 4 de septiembre de 1954 parando en Arica, Antofagasta, Chañaral y Coquimbo en su rumbo a Valparaíso. Alguien diría que era una enamorada de los vapores.
Aquella vez declaró que “Todo el mundo me pregunta porque no había venido antes a Chile. Sencillamente porque nunca me habían llamado”. Pues bien, ahora lo hacía obedeciendo una invitación oficial del presidente Carlos Ibáñez. Llegaba a su patria a recibir los homenajes de su pueblo y recoger su Premio Nacional de Literatura que tardíamente le habían otorgado en 1951.
El 10 de enero de 1957 el sol salió para anunciar la muerte de Gabriela en el hospital Hempstead de Nueva York. Más tarde, en la catedral San Patricio el cardenal Francis Spellman, auxiliado por el sacerdote Renato Poblete, oficiaría la misa de réquiem para posteriormente llevar sus restos a la Base Mitchel de la Fuerza Aérea de los EEUU en la que una guardia de honor le rindió honores al momento de subir el féretro al avión que habría de conducirla hasta Lima.
A medida que el avión devora latitudes hacia el Meridión, van quedando atrás las Antillas y la América Central que les son tan queridas. Una breve escala en una de las bases en Panamá, y nuevamente al aire hasta Limatambo, el aeropuerto de la capital del Rimac donde el gobierno e intelectuales del Perú le tributaron un sentido homenaje, antes de poner sus restos en el C-47, 952 de la FACH que la aguardaba para continuar con la triste posta ese viernes 18 de enero en la madrugada, a Cerro Moreno en Antofagasta, a cuyo paso sería homenajeada por el alcalde y los regidores de la comuna, el Obispo y una delegación de profesores del Liceo de Niñas donde alguna vez enseñó. La última etapa habría de culminar en la losa de Los Cerrillos y su inhumación provisoria, a la espera que otro vuelo de la FACH, el 24 de marzo de 1960 la condujera hasta el aeropuerto Presidente Gabriel González Videla, como se le solía llamar al de La Serena, en el que una silente multitud la recibiría para conducirla a Montegrande, al fondo de un valle de laderas escarpadas y calcinadas por el que corre un río de viñedos “imposibles de ser divisados desde el aire por un bombardero de uvas”[14].
Al momento del arribo del avión a Los Cerrillos, la urna cubierta con la bandera chilena, fue bajada por varios oficiales de la FACH, para pasar luego a manos ministros de estado y altos funcionarios mientras un destacamento y la banda de la Fuerza Aérea le rindió honores a los sones de la Marcha Fúnebre de Chopin

Es cierto. Aún no sabemos a qué otros aviones subió en su errabunda vida, pero después de su partida subiría a muchos de ellos y llegaría al mundo en un sello postal del correo aéreo.
En su extenso poemario solo menciona los aeroplanos que caen abatidos en sesgo de vergüenza por el “Campeón Finlandes”. Es en su prosa que lo hace seis veces en total, ya fuera por admiración a sus héroes alados o para describir a sus máquinas, suficientes para pintar de poesía los cielos de Chile.
Bibliografía
Luis de Arrigoitía
Pensamiento y forma en la prosa de Gabriela Mistral
Universidad de Puerto Rico, 1989.
Luis Arrigoitia
Gabriela Mistral en Puerto Rico
Universidad de Puerto Rico; 2008.
Antonieta Rodríguez París
El signo de lo aéreo y los aviones en la poesía y la prosa de Gabriela Mistral
http://www.biblioteca.org.ar/libros/151145.pdf
Roque Esteban Escarpa
Gabriela piensa en… “Roald Amundsen”
Ed. Andres Bello, Santiago 1978
Roque Esteban Escarpa
Gabriela anda por el mundo “Un vuelo sobre las Antillas”
Ed. Andres Bello, Santiago 1978
Otto Morales Benítez
Gabriela Mistral, su prosa y poesía en Colombia “Charless August Lindbergh”
Convenio Andres Bello, Bogotá, 2003
Saint Exupery, Antoine
Tierra de Hombres
Troquel, Buenos Aires, 1957
Instituto Historico-Cultural da Aeronautica
Historia Geral da Aeronáutica Brasileira
Río de Janeiro 1990
www.bibliotecanacionaldigital.cl
Gabriela Mistral
“Balance de la hazaña americana”
“Bautizo del avión Magallanes”
“Alas para Margot Duhalde”
Libro de recortes y fotos en;
Semanario VEA N° 928 del 24 de enero de 1957
Norberto Traub G.
Margot Duhalde Sotomayor
Instituto de Investigaciones Histórico-Aeronáuticas de Chile, Revista Aerohistoria Nº2/2018
Alberto Fernández D.
Talagante 2018
[1] Novela de aviación, Artes Gráficas , Madrid.
[2] Durante la 1ª Guerra Mundial, Gabriele d’Annunzio comandó la 87ª Squadriglia SVA, del Comando Superior de Aeronáutica, apodada «Sereníssima» por su jefe. En ella militó Antonio Locatelli, quien recibiera las medallas de plata, de oro y la Cruz de Guerra al Valor Militar y al que D’ Annunzio llamaba «Gemello del Pericolo». El 5 de agosto de 1919 Locatelli efectuó el primer enlace aéreo entre Santiago y Buenos Aires con el que batió el récord sudamericano de distancia en vuelo sin escalas y transportó el primer correo aéreo entre ambas capitales.
[3] El Mercurio, 7 de agosto de 1927.
[4] Cronología de los primeros cruces de la Cordillera de los Andes por su parte más alta en avión
12 DIC 1918 | Dagoberto Godoy | CH | Bristol M1-C | Santiago Mendoza |
5 ABR 1919 | Armando Cortínez | CH | Bristol M1-C | Santiago –Mendoza – Santiago |
30 JUL 1919 5 AGO 1919 | Antonio Locatelli | ITA | SVA-5 | Mendoza – Viña del Mar Santiago -B. Aires |
10 FEB 1920 | Fernando Prieur | FR | Breguet XIV | Mendoza –Ovalle |
20 MAR 1920 | Vicente Almonacid | AR | Spad VII | Mendoza- Santiago |
1 ABR 1921 | Adrienne Bolland | FR | Caudron G-3 | Mendoza- Santiago |
[5] Charless Nungesser y François Coli, son dos aviadores franceses desaparecidos el 8 de mayo de 1927 en su biplano Oiseau Blanc, intentando realizar el primer vuelo directo de Paris a Nueva York. Pocos días antes que Charles Lindbergh lo consiguiera el 21 de mayo en sentido inverso.
[6] El 24 estaba tripulado por Dietrichson, Ellsworth y Omdal y el 25 por Amundsen, Riisen-Larsen y Freutch
[7] El Mercurio, 3 de febrero de 1929.
[8] El costarricense Carlos Fernández Mora dirá de ella que “la voz de Gabriela Mistral resuena en todo el continente indohispano, porque es sincera y vigoroza”.
Diario La Nueva Prensa sept. 1931.
[9] Se refiere a Parmenia Migel (1908-1989) cronista, historiadora y benefactora del ballet y la danza en Nueva York.
[10] Saint Exupery, Antoine
«Tierra de Hombres»
Troquel, Buenos Aires, 1957
[11] “Noticias de Brasil. Algo sobre Assis Chateaubriand”
El Mercurio, 9 de septiembre de 1941
[12] http://www.elmostrador.cl/cultura/2016/12/09/la-travesia-de-gabriela-mistral-a-suecia-a-71-anos-del-nobel/
[13] http://www.elmorrocotudo.cl/noticia/cultura/60-anos-del-ultimo-viaje-de-gabriela-mistral-chile-y-su-paso-por-arica
[14] https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton-piedra/1/ruta-patrimonial-de-gabriela-mistral-puro-chile