Los Libros que Acompañaron mi Infancia

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No existe cosa más emocionante que leer un libro. Sobre todo si no conocemos al autor o no tenemos antecedentes del tenor de su escritura. En mi caso aprendí a leer tempranamente, antes de ir a la escuela primaria y ya antes de los diez años había leído “Corazón”, del italiano Edmundo de Amicis, “La Ciudadela”, de A. J. Cronín y otras novelas de corte francés sobre la Edad Media.

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Corazón, El Chilote Otey y Otros Relatos, Cabo de Hornos y varios de Hernán Rivera Letelier

Había también en mi casa unos viejos libros, ya sin tapa que leía con deleite. Trataban sobre la historia del salitre en el norte chileno, de los enganches, de las casas de calaminas y del sufrimiento de quienes iban enganchados a trabajar a la pampa. Uno de ellos se llamaba precisamente “Tras el Espejismo de la Pampa”, de Marcial Figueroa, desconocido hoy en día, porque con el desaparecimiento de los cientos de oficinas salitreras, se han perdido también muchas historias. Algunas de ellas han sido recogidas por el escritor pampino Hernán Rivera Letelier, quien transformó en éxitos literarios una serie de novelas que nos hablan de la vida en aquellos años del esplendor salitrero; con títulos que todavía resuenan en librerías y bibliotecas como “La Reina Isabel Cantaba Rancheras”, “Los trenes se van al purgatorio”, “Himno del Ángel parado en una pata” y otros de similares características que a principios de este siglo dieron mucho que hablar y qué leer, a chilenos que ya comenzaban a renunciar a la lectura por el ingreso masivo de los teléfonos celulares.

La novela y el cuento rescatan el desguace de la historia, porque no todo se inventa, sino que se adorna y se define de acuerdo a los parámetros que desea conseguir el escritor, según su estilo y sus puntos de vista, a veces no muy de acuerdo con los lectores. Es de recordar el cuento de Mariano Latorre “La epopeya de Moñi”, celebrado por lo intenso de su mensaje, del niño que defendía sus ovejas del avezado cóndor. Tiene lugar una lucha desigual que termina con ambos en el fondo del precipicio. Este cuento muy leído en los años 40 a 60 del siglo pasado, hoy tiene algunos detractores. No sólo se lamenta la muerte del niño sino que el ataque al cóndor, que hoy es un ave protegida.

Así las cosas van cambiando con el tiempo. En nuestra región tuvimos otro escritor que nos dejó una serie de libros de muy buena aceptación del público de su época: el traiguenino Luis Durand, a quien se conoce por su novela costumbrista “Frontera”; había escrito antes  “Tierra de Pellines” y “Mercedes Urizar”. Gran parte de su obra corresponde a vivencias por las tierras de Traiguén como Quechereguas y otros fundos donde trabajó como administrador. Junto a Mariano Latorre se les considera los creadores del criollismo en la literatura chilena, denominación que en su tiempo diera mucho que hablar entre los escritores de la época.

Entre los buenos escritores que leí en mi juventud destaco a Francisco Coloane. Su mayor obra es sin duda “Cabo de hornos”. Con prólogo de Mariano Latorre, fue llevado a las prensas el año 1941, habiendo tenido ya múltiples ediciones. Su relato simple y directo describe muy bien las andanzas marineras, la vida en las estancias, entregando además un rico vocabulario regional que enriquece su obra. Entre los cuentos que revelan la dura vida marinera siempre disfruté leyendo “Cinco marineros y un ataúd verde”, cuento simple, pero de una cruda realidad de muestra Patagonia en pasadas épocas, el que ha sido incluido en sus libros “Tierra del Fuego” y “El Chilote Otey y otros relatos”.

No en vano “El último Grumete de la Baquedano”, ha sido junto a “Cabo de Hornos”, lo mejor de su producción literaria. Es de recordar que el primero fue llevado al cine, con muy buena aceptación de la crítica.

Por lo heterogéneo de los personajes que han habitado desde siempre la Patagonia y que Coloane recoge en sus cuentos como aventureros de distintas profesiones, su obra ha traspasado las fronteras y con justa apreciación se le conoce como el Jack London chileno, apelativo que indudablemente nos trae al recuerdo “Colmillo Blanco”, “El llamado de la Selva” y otros títulos de este autor que han sido llevados al cine.  John Griffith Chaney se llamaba y al igual que Coloane en la Patagonia, conoció el ambiente de la fiebre del oro en California, trabajó en las minas y tuvo conocimiento del ambiente marinero y de aventureros y vagabundos que utilizó más tarde en sus cuentos.

Así, la lectura nos traslada a otras épocas, nos hace conocer tierras  y personajes lejanos y nos invita a soñar y acrecentar nuestra cultura. ¡No hay como leer un libro!

Algunos de los libros que han sido mencionados los puedes encontrar en:

https://www.biblioteca.org.ar/libros/1140505.pdf

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0043364.pdf

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-56344.html

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0015368.pdf

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/mc0015366.pdf

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0015367.pdf

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0009678.pdf

[1] http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0009677.pdf

Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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