Para el Estado pareciera ser que esa es la cuestión. Si los chilenos leemos estamos bien con las estadísticas, con las comparaciones entre países; si ha aumentado o no la cantidad de analfabetos, si tenemos buenas o malas bibliotecas, si están de acuerdo o no con las características modernas que requieren el estudio o la lectura de una obra, de un diario, de un comic o de un simple opúsculo.
Todo interesa. Sin embargo existe una barrera que el Estado no puede alterar de buenas a primeras; porque los millones de chilenos pensamos diferente, porque a esos millones de chilenos el progreso nos lleva por otros caminos; por la entretención fácil, siendo la Tv con sus cientos de oportunidades, para ver las mejores imágenes del mundo, lo más perjudicial para el buen lector.
Hoy, a ella se unen los teléfonos celulares con sus intrincadas cavernas, donde los dragones convertidos en miles de aplicaciones están el día entero a la caza de “visitas” y “me gusta”, anunciando con sonidos guturales la llegada de un mensaje o un posteo en la página de moda.
Estamos en el Siglo XXI, ya pasamos la primera década, algo tiene que cambiar. Hace muchos años que desapareció el lector de micro, que se subía con un libro de bolsillo y se podía leer un capítulo entero durante el trayecto a su trabajo. Hoy es cosa de observar los pasajeros: quien lleva los audífonos más grandes y más vistosos. En los buses se viaja en silencio, no hay barullos, nadie conversa: aparentemente, porque todos están conversando con alguien, pero ese alguien está muy lejos, a cientos de kilómetros y hasta eso se puede ver en “estoy aquí”. El teléfono ha pasado a ser el “Gran Dictador”, que fuera del hogar mantiene conectada a cada persona, a cada niño, a cada anciano. Todos atentos al fono, a la llamada perdida, al posteo del Face; imposible vivir sin él.
Y la lectura tradicional ¿Cuando? He ahí el gran problema. Traemos una carga muy pesada; el gran baluarte del conocimiento humano por siglos: el libro impreso. Ese libro que nos enseñó a leer, que nos permitió soñar con las obras de los grandes autores, ese libro que estaba a la mano en cualquier librería de barrio, hoy está desapareciendo poco a poco. Muchas librerías han cerrado, otras han optado por traer libros contra encargo, para un público lector muy menor al de antaño.
Ahora sería necesario analizar si esa lectura de post o de muros digitales tiene algún valor para la gran estadística lectora. La tradicional pregunta de foros o entrevistas ¿Qué libro estás leyendo?, está cayendo en decadencia. Hoy sería más cuerdo preguntar ¿Cuántos posteos tienes en Facebook? Qué cambio más radical.
Se pensó que el tablet sería uno de los grandes apoyos de la lectura, el gran contenedor de libros digitales, la medida perfecta para el lector asiduo. Pero pareciera no ser tan así. El elevado precio del producto lo ha alejado un poco de la gran masa y si bien es cierto están los medios para alimentar la producción de libros electrónicos, no serían tantos los lectores interesados en su compra.
En nuestro país tenemos el mérito de contar con una sección de la Dibam que todos conocemos como “Memoria Chilena”, cuya difusión está enfocada directamente al lector de Internet. Desde allí se pueden bajar cientos de libros de autores nacionales, la base misma de una biblioteca digital apta para el grueso público lector de obras de nuestros mejores escritores. Una gran idea que nos ha acercado la literatura nacional a costo cero, tratando de atraer al lector, de interesarlo en libros de gran prestigio para ir creando las nuevas bibliotecas: la biblioteca digital personal.
En este siglo de novedades, también las ediciones de libros resumidos y el comentario de libros han encontrado un nicho preferente en los llamados booktubers, jóvenes que comparten sus reseñas críticas en la red. Son ellos mismos asiduos lectores, pero sólo entregan una mirada parcial de la obra literaria que comentan. Naturalmente sus visitantes (porque no se podría decir tácitamente: lectores), son jóvenes interesados en conocer antecedentes sobre libros que los ayudarán en sus tareas escolares.
En definitiva: se lee. Claro que no de la forma en que la hacían nuestros padres o nuestros abuelos. Hay un cambio, pero ¿estamos todos los chilenos insertos en ese cambio?, o ¿hay algunos que definitivamente se van quedando atrás y no podrán asumir las nuevas realidades en cuanto a conocimientos que vía lectura son necesarios para lograr triunfos en la vida? Estas son preguntas que ameritan no sólo respuestas, sino estudios más profundos sobre la realidad nacional del conocimiento mediante el libro.
Los estímulos para el conocimiento por parte de la mente humana han progresado de manera inobjetable. Antes se instaba a leer como una forma de adquirirlo. Hoy esos conocimientos nos llegan por diferentes vías, pero en algo estamos claros, para poder obtenerlos tenemos que saber leer y no sólo eso, sino comprender lo que se lee y es allí donde el libro papel o digital, se mantendrá como una base del conocimiento, como la fuente que nos permite imbuirnos del saber que otros han creado para fortalecer nuestro intelecto.