El Copihue Rojo

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Copihue Rojo / © Gonzalo Rojas

El Copihue es la flor de una enredadera perteneciente a la familia de las liliáceas que crece en las profundidades de la selva chilena, al interior de los grandes bosques de robles y coigües centenarios, por cuyos troncos se desliza ágil y evasiva, en un intento por esconderse de la mirada humana, de esa mirada que muchas veces busca segar su flor, bulbo rojo sangre, emblema de la lucha del pueblo araucano desde tiempos inmemoriales.

En el copihue se encarnan la belleza pura y divina de los bosques nativos chilenos; el sentimiento de patria y amor a la naturaleza salvaje, que emerge desde la espesura vegetal del paisaje, culminando en esa expresión maravillosa que resulta ser su flor.

Si bien es cierto, el copihue es conocido desde el génesis de la raza, esta planta se encuentra incorporada a la flora mundial con el nombre científico de “Lapageria Rosea”, nombre que realmente no puede definir las cualidades de tersura y belleza de nuestra planta nativa, por ser una definición científica y europea, como europeos fueron los que llevaron la planta al Viejo Mundo y le dieron ese nombre para su clasificación universal.

Es sabido que luego del descubrimiento de América, y a través de los siglos, fueron numerosas las expediciones botánicas y científicas que salieron en busca de la flora nativa de nuestro continente, para poder lucirla en los más grandes jardines de Europa.

LA BELLA JOSEFINA

Josefina Tascher de la Pagerie, nació en la Martinica en 1763. Viuda del vizconde de Beauharmais, guillotinado en 1794. Era una Joven dotada de una gran belleza y una simpatía que le permitía ser una de las figuras femeninas más relevantes del París de la post-revolución.

Dotada de un gran talento, deslumbró de inmediato al gran Napoleón Bonaparte, quien desde los primeros momentos concibió por ella una pasión avasalladora que la joven se encargó de alimentar con su fina coquetería. Napoleón, todavía un militar talentoso, pero sin fortuna, no podía aspirar a materializar una relación que le encendía el alma, pero su perseverancia militar lo elevó rápidamente al cargo de general de los ejércitos de Italia, situación que le permitió formalizar su compromiso con Josefina a principios de marzo de 1796.

Las victorias de Napoleón lo elevaron al rango de Emperador, pero la falta de un vástago que asegurara la continuidad de la dinastía le obligaron a alejarse de la bella Josefina. El divorcio llenó de pena a la doncella situación que la llevó a vivir una vida alejada de la sociedad, encerrándose en su palacio de Navarra o en la Malmaison, donde se dedicó a las letras, las artes y entregando gran parte de su tiempo al estudio de la botánica y a la formación de la más completa de las colecciones de plantas exóticas y raras. En 1810, el Emperador, que aún mantenía con ella cordiales relaciones, le destinó cien mil francos para los gastos extraordinarios de la Malmaison. En la carta en que le comunicaba esta resolución, le decía “Podrás hacer plantar lo que quieras, y puedes gastar esta cantidad como te convenga”.

Por esos años regresaban de América, después de una larga y accidentada expedición científica por tierras de Chile y del Perú, los naturalistas españoles Hipólito Ruiz y José Pavón, quienes al clasificar los ejemplares que habían llevado de nuestro país, dedicaron a Josefina la más hermosa de las plantas que florece en los bosques de Arauco y tomando el apellido de Josefina, dieron al copihue el nombre científico de «Lapageria Rosea». Nuestra flor nacional ostenta desde entonces, junto a su sencillo nombre de origen mapuche, un nombre científico que tácitamente le otorga rango y linaje en los viejos imperios europeos y que le permitió asentarse en los grandes jardines de la Malmoison.

EL ORIGEN MAPUCHE
Matrimonio mapuche con copihues
Matrimonio Lepilaf-Ñonque, Cuel Ñielol circa años 50

Si bien es cierto, el nombre genérico de copihue es el que ha perdurado en el Chile actual, éste es sólo un derivado de la denominación del pueblo Mapuche.

Para precisar su nombre debemos decir que la planta se divide en la planta propiamente tal (colcopiu), la flor (Kodkëlla) y el fruto comestible: copiu, según el versado Wilhelm de Moesbach, en su libro «Voz de Arauco».

Para el pueblo Mapuche, el copihue es símbolo de alegría, de amistad y gratitud. Resalta como una de las plantas sagradas de los araucanos; los guerreros la veneraban como el emblema del valor y la libertad y los jóvenes como el espíritu tutelar de sus amores. Desde antes de la llegada de los españoles, el copihue ya era utilizado en la ceremonia nupcial como adorno en el banquete, que generalmente se realizaba luego del rapto de la novia y previa reconciliación pactada por el Werquen.

¿Y LOS POETAS ?

Resulta admirable hurgar en la poesía chilena y ver como son muy pocos los poetas que han dedicado alguna producción a nuestra flor nacional. Leyendo “Canciones de Arauco” de Samuel Lillo, un hombre que vivió en Lebu y Concepción, nada dice en verso sobre esta hermosa flor. Diego Duble Urrutia, el poeta angolino, que debió haber conocido mucho del paisaje de Nahuelbuta, sólo en su acertado poema “La Tierra”, le dedica un par de versos:C
olgados de los trémulos coligües / como lirios de sangre, los copigües?

Asombroso por decir lo menos, sin embargo otro poeta de la zona Ignacio Verdugo Cavada, asombró a Chile y al mundo con la versificación de “El Copihue rojo”, poema que nació allá por 1905, en una oportunidad en que el poeta debió viajar a caballo entre Mulchén y Lebu, en cuyo cometido atravesó la selvática cordillera de Nahuelbuta. Más tarde comentaría sobre este viaje:

“Cuando volvimos me di cuenta que había observado muchas cosas interesantes, pero lo que me absorbió los sentidos, los ojos, más que la montaña misma, fue la flor del copihue. En el camino, desde mi cabalgadura, miraba a uno y otro lado, el bosque, el sendero lleno de zarzas, los canelos, los laureles, los robles, pero como un ojo vivo estallaba ante mí la encendida flor de mi tierra…”

Esta fue la inspiración máxima del poeta, que ya de regreso en Mulchén, se encerró en su casa y el poema fluyó como savia creadora y se impregnó en el papel, derramándose luego en diversas publicaciones literarias que lo hicieron vastamente conocido. Más tarde diría Verdugo que parte de su inspiración fue el amor que le profesaba su “ama”, la mapuche Lorenza Borrego, quien lo crió, le enseñó a querer la naturaleza y a conocer la historia de su raza.

Habían nacido así las cuatro décimas de “El Copihue Rojo”, pero esto no termina aquí porque Verdugo recurrió a su amigo el Sargento Arturo Arancibia Uribe, músico del Regimiento Lautaro de Los Angeles, quien se encargó de llevar a la partitura su creación, lo que la encumbró definitivamente a la popularidad. Arancibia no era un principiante en estas lides. Con los años escribió muchas marchas y canciones, que le merecieron distinciones internacionales, siendo además autor de la música del Himno del Carabinero.

El Copihue Rojo

Soy una chispa de fuego
que del bosque en los abrojos
abro mis pétalos rojos
en el nocturno sosiego.
Soy la flor que me despliego
junto a las rucas indianas;
la que, al surgir las mañanas,
en mis noches soñolientas
guardo en mis hojas sangrientas
las lágrimas araucanas.
Nací una tarde serena
de un rayo de sol ardiente
que amó la sombra doliente
de la montaña chilena.
Yo ensangrenté la cadena
que el indio despedazó,
la que de llanto cubrió
la nieve cordillerana;
yo soy la sangre araucana
que de dolor floreció.

Según relato del mismo Verdugo, la máxima difusión del poema se originó luego de su publicación en un diario de Valparaíso en 1911 y de habérsele agregado la música de corte lírico que la hiciera tan popular, llegando a ser la canción con que se ubicaba a Chile en el extranjero.

Digna de mencionar también es la obra del escritor Oscar Janó, nacido en la provincia de Cautín, quien por los años ’60 escribió el libro “La leyenda araucana de los Copihues rojos”, obra rica en folklore araucano, como dijo Ricardo Latcham y en la que relata como los copihues rojos nacieron por el sacrificio de los príncipes Copih, de la tribu de los Pehuenches y Hués, de la tribu de los Mapuches. El libro tuvo varias ediciones y se editó en castellano e inglés, logrando una gran difusión.

Pero fue durante el período presidencial de don Juan Luis Sanfuentes que el culto alcalde de Santiago José Victor Besa, le otorgó al poema todo su valor nacional al organizar una fiesta de gran contenido popular en la terraza del histórico cerro Santa Lucía, con asistencia de las principales autoridades. Allí en el cerro sagrado del pueblo Mapuche, se le concedió al copihue la denominación de “Flor Nacional” y al poema de Verdugo Cavada como el mas fiel exponente del significado de la flor para todo el país.

LOS COPIHUES

Pero si hasta aquí hemos hablado sólo del copihue rojo, ello no debe llevarnos a confusión. El copihue es posible encontrarlo en unos 16 colores diferentes, siendo su cultivo muy delicado fuera de su habitat. Su corte y comercialización se encuentra prohibido por ser la flor nacional de Chile y encontrarse actualmente en extinción.
Si bien es cierto, la declaración de Flor Nacional que hizo el Alcalde de Santiago tuvo connotación nacional y desde esa fecha se le consideró como tal, nunca se había legislado al respeto hasta el año 1977, cuando se dicta el Decreto N° 62 de 20 de enero de 1977, que a continuación se detalla:

Declara el Copihue Flor Nacional
(Diario Oficial Nº29.693 de 24-II-1977)
Ministerio del Interior.-Santiago, 20 de enero de 1977.- El Presidente de la República decretó hoy lo que sigue:

Nº 62.- Vistos Lo dispuesto en los decretos leyes Nº 1 y 128, de 1973, y 527 de 1974, y

Considerando:
1.- Que el copihue,»Lapageria Rosea», ha sido considerada por la tradición, tanto oral como escrita, la flor simbólica de la nacionalidad chilena, proyectándose así, incluso, en el ámbito internacional.

2.- La necesidad y conveniencia de que nuestro país oficialice tal tradición y constituya esta flor en una expresión más de nuestra unidad nacional. Decreto:

1.- Declárase al copihue «Lapageria Rosea», flor nacional de Chile.

Anótese, tómese razón, transcríbase al Ministerio de Agricultura y publíquese en el Diario Oficial .- (Fdo.) Augusto Pinochet Ugarte, Presidente de la República.- Raúl Benavides Escobar Ministro del Interior.- Mario Mac-Kay Jaraquemada, Ministro de Agricultura.

[box border=»full» icon=» «]RECADO SOBRE EL COPIHUE DE GABRIELA MISTRAL[/box]

La trepadora clasificada con el nombre galolatino de Lapagiere Rosea es primero la sorpresa, luego el deleite de exploradores y turistas que alcancen los bosques del sur de Chile.

Los geógrafos llaman Trópico Frío a la región y, aunque el mote sea contradictorio, corresponde a esas verdades que llevan cara de absurdo: la australidad chilena es húmeda y helada; pero se parece al trópico en la vegetación viciosa y en el vaho de vapor y de aroma. Por eso no hay viajero que alcance a Chile y se quede sin conocer nuestra selva austral, y ninguno tampoco deja la región sin conocer el copihue araucano, hasta dar con él.

Los textos escolares azoran a los niños con este dato: el copihue, indigenísimo, se relaciona, por el nombre con… la emperatriz Josefina Bonaparte. Yo me escadalizo de ello, tanto como los niños, pero son los sabios quienes bautizan: el Adán científico no nace todavía en la gente criolla, y fue un francés quien bautizo a nuestra flor sin mirar a su piel india… Menos mal que Josefina fue una francesa criolla de Martinica… Quédese en los textos escolares el apellido latino; dentro de Chile no se llamará nunca sino copihue, mejor con la h que con la g que algunos le dan. (la h aspirada, bien querida del quichua-aymara, es más aérea que la gruesa g; parece el resuello de la cosa nombrada; la acaricia y no la daña). La flor del copihue sube en tramos bruscos de color, desde el blanco búdico hasta el carmín. Las flores rojas llaman a rebato; las rosadas no alcanzan al sonrojo, y las blancas penden de la rama en manitos infantiles. La popularidad se la arrebata el primero en un triunfo que parece electoral; pero yo me quedo con el vencido, es decir, con el copihue blanco y su pura estrella vegetal. La preferencia torera del rojo es la misma que gana el clavel reventón y la rosa sanguinolienta. La Campánula estrecha, más tubo que campana, mima el tacto con una grosura que es la misma de la camelia. El largo suspiro del copihue no se exhala del aire, cae hacia los follajes o hacia la tierra; en vez de erguirse, el se dobla con no sé que dejadez india, a causa del pecíolo delgadísimo. La lacidad del copihue parece líquida; la enredadera gotea o lagrimea su flor.

Más perseguida que el huemul, la enredadera ya no se haya en la selva inmediata a los poblados ni a las rutas. El buscador tiene que seguirla por los entreveros, pero la encuentra con más seguridad que el dudoso cervatillo chileno.

Echada sobre el flanco del laurel; a veces gallardeando desde la copa y cubriéndola, hallará a la muy femenina, cuyo humor es de esquivarse y aparecer de pronto. A grandes manchas o en festones colgantes, o en reguero de brasas, el
copihue estalla sobre los follajes sombríos y para el buscador con sus fogonazos, que suben por las copas corriendo en guerrillada india.

La trepadora rompe la austeridad enfurruñada del bosque austral; lo desentume y casi lo hecha a hablar. El acróbata de los robles y el bailarín de las pataguas, hostiga a sus árboles-ayos, con el torzal de cohetes ardiendo. Menos violentas que las guacamayas, pero en bandas como ellas, las colgaduras del copihue alborotan y chillan sobre la espalda de los matusalenes vegetales.

Me conmueve la metáfora popular que hace de nuestra flor la sangre de los indios alanceados; pero yo no quiero repetirla para no mentirme. El copihue no me recuerda la sangre sino el fuego, el cintarajo del fuego libre y la llama casera: el fuego fatuo y el diurno; el bueno y el malo; el fuego de todos los mitos.
La enredadera tábano, picando la selva, hace trampas como todos los espíritus ígneos: es el duende escapado por los follajes, es el trasgo burlador y también la salamandra ardiendo. ¡Qué santones impávidos resultan los arbolotes mordidos aquí y allá por las pinzas rojas que los atan y desatan en su alambrería abusadora! A veces se ven el alerce o el canelo igual que Gullieveres mofados de la trepadora que los zarandea por las greñas.

¡Mañosa y linda fuerza la suya! Aunque apenas garabatea al gigantón con su raya, atrapa los ojos y hace olvidar al árbol entero. En cuanto lo divisan el niño o la mujer, ya no miran al tutor sólo al intruso que se balancea en lo alto, medio lámpara, medio joya. Razón que les sobra: únicamente en la orquídea el Dios cincelador hizo más y mejor que en el copihue de Chile.

(Y estas dos parásitas próceres que corren su maratón de campeones florales, coinciden en la gracia de su elegancia y en la desventura de carecer de olor).

El copihue maravilloso y maravillador ha debido creer sus mitos; es seguro que anduvo del Bío.Bío al Bueno en cantos de amor y de guerra que desaparecieron. Cuando el indio pierde la tierra, lo demás se va con ella o se arrastra un tiempo sobre el polvo antes de acabarse.

Los poetas celebran constantemente la escarapela botánica y nacional. El penquista suele decir: “Verdugo Cavada dijo al copihue y Pérez Freire lo hizo cantar”. Así es. El mejor de nuestros músicos populistas puso melodía a los copihues y creó una canción que corre de boca en boca desde la Patagonia a las islas Aleutianas.

Después de la canción afortunada han llovido las honras sobre la enredadera austral; los maestros rebosan lo botánico contándola en su regusto de amor, y predican la flor local en una especie de catequización patriótica. Los lápices infantiles se regodean en su forma, y el copihue se hombrea en los cuadernos de dibujo con la bandera nacional, repitiendo uno de sus colores y hasta en competencia con su estrella.

En poco más llegará a los estudios y los auditoriums de las Universidades a coronar a campeones y togados en los días de solemnidad. Las musas de Lúculo servidas en los banquetes oficiales ya la tienen por sendero o “pasarera” o franja de sus manteles (Tanto como el copihue resulta inhábil para búcaro y ramo, es válido para guirnalda, más que esto, él es la guirnalda natural y por excelencia lograda sin la rosa clavadora y sin jazmín duro de arquearse.

Esta pasión está bien fundada como el buen amor; el copihue tuvo la humorada de nacer y darse sólo allí, en la extremidad chilena, donde el globo terrestre se encoge sobre ella, y antes de acabar se angeliza en helechos, musgos y copihues asustados, con su fuego a las nieves vecinas. (Así asustarían a Magallanes las fogatas del último Estrecho).

Procuré decir mi copihue indio, y decirlo por regalárselo a quien lea, y me doy cuenta al terminar de la inutilidad del empeño. Nadie da en palabras, ni la flor ni la fruta exóticas. Cuando un mexicano me contó en Chile de su mango de oro, yo no recibí contorno ni jugo de la bella drupa, y aprender sólo es recibir, cuando en Puerto Rico me alabaron la pomarosa, tampoco entró por mi boca el bocado oloroso ni crujió entre mis dientes. Es la voluntad de Dios que cada fruta y cada flor sean iniciaciones directas. “Saberlas” quiere decir aspirarlas y morderlas, y como para mi la novedad de cada especie frutal o floral vale tanto como la de un país, y nada menos, digo a quien leyó, que, si desea tener al copihue chileno, vaya a verlo a Cautín, y no lo compre en las estaciones de ferrocarril, sino que llegue hasta el bosque y lo desgaje allí mismo con un tirón ansioso. No vaya a creer que supo algo porque leyó dos páginas acuciosas e inútiles de la contadora que hizo este Recado en vano.

*Mistral, Gabriela. Recado sobre el copihue, 20 pgs. Ediciones Instante N° 29, director José Elías Bolívar Herrera, Angol 1951.

Héctor Alarcón Carrasco

Escritor e investigador. Especialista en Historia Aeronáutica y Ferroviaria. Autor de diversos libros.

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